57. Dunkirk, la epopeya de un fracaso

“Dunkirk”, de Christopher Nolan, es la epopeya de un fracaso. Una narrativa a la usanza de la guerra de Troya y la muerte del valiente Héctor a los pies de la muralla de la ciudad hitita; del eclipse mortuorio que aterrorizó a Babel; de los sacrificios terribles de los mayas y los mochis; del fenecer de Hephaestion en su lecho de guerrero junto al admirado Alejandro, ese Aquiles macedónico; del saqueo de Roma por el salvaje Alarico; de la condena terrible de Temístocles y su muerte onerosa en Persia, a la que derrotó alguna vez en Salamina.

Es también, esta Dunkirk de Nolan, el horror del Bojadí ante el fantasma de Zaid; y la bonanza de espíritu de la nación inglesa, que salvó en sus barcazas aficionadas a aquellos que no fueron héroes. Nunca importó, en todo caso, que los monjes hospitalarios de San Juan mataran en el sitio de Rodas a 50 mil otomanos, pues se rindieron por hambre y sed ante Solimán el magnífico. La historia es cíclica y los monjes de anteayer fueron los nazis de ayer que, a pesar de una aparente gran victoria en la costa francesa iniciada con el error del general Gamelin, se trastocó en amarguísima derrota final. ¿Por qué la Alemania nazi detuvo su ofensiva y permitió la evacuación?

Lo cierto es que las fuerzas aliadas experimentaron la transformación nietzscheana de camello a león a niño, ese arquetipo perfecto del renacer espiritual y físico, del nuevo comienzo.  Fuese con la vital participación de los Estados Unidos o de la Rusia soviética de Stalin, el hecho es que la guerra y su fin permitieron la sobrevivencia de cierto mundo occidental tras la resurrección de los ejércitos que combatían a Alemania. Dunkirk fue solo un episodio y hasta quizás un punto de partida, una vuelta de retorno preciso y necesario.

Ya el cine había hecho un intento por trasladar la épica trágica de las tropas acorraladas en la bahía gala cuando en 1958 Leslie Norman construyó una pieza basada en los libros “The Big Pick-Up” de Elleston Trevor y “Dunkirk”, co-escrita por el teniente coronel Ewan Hunter y Maj. J. S. Bradford. Nolan, que a lo largo de los años se ha convertido en un cineasta magnificente, hacedor de grandes espectáculos visuales a la usanza de la triada de Batman o de Inception, ideó la concreción de varias historias paralelas, muy simples y singulares, para acometer el asombro perverso de mostrar la derrota y vergüenza de una batalla fallida. El resultado es decente, más visual y estético que conmovedor y humano. Aquellos tiempos en que Christopher Nolan nos asombraba con su profundo conocimiento de la naturaleza humana en cintas reveladoramente intrínsecas y personales como la celebrada “Memento”, parecen haber quedado atrás, dando paso a estos ejercicios fríos, cuasi documentales, con que Dunkirk nos recuerda que la historia es cíclica y que se seguirá sucediendo eternamente, mientras los hombres se conquistan y se matan en las costas de cualquier nación.

56. Enemy, una fábula heterotópica

Me resulta curioso que un escritor como José Saramago haya construido buena parte de su obra sobre el tema universal de la crítica a las dictaduras y los totalitarismos, al mismo tiempo que se arrodillaba, como los imanes a la puerta de la rábida, ante la bestia salvaje de Castro y sus adláteres.

Enemy, una cinta inspirada en la novela El Doble, del Nobel portugués, trata estos asuntos de manera sutil (el personaje principal es un profesor universitario de Historia cuyo tópico central en clases es caracterizar a las dictaduras, precisamente), amén de explorar en los recónditos y oscuros universos de la naturaleza humana a la usanza de Robert Louis Stevenson y su mítica Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde, pero con matices, siempre con matices.

A pesar de no estar a la altura de su The Prisoners, rodada también en el 2013, Daniel Villeneuve es uno de los más sagaces narradores del cine de estos tiempos. Su pulso descriptivo es de una singularidad poco común. Jake Gyllenhaal, por su parte, es un actor magnificente, soberbio, ubicado en el tope de la cadena alimenticia entre sus congéneres. Su arsenal técnico, su prestancia, sus ilimitados recursos histriónicos, lo colocan con justicia en medio de la extrañeza de la genialidad, a la par de otros como Tom Hardy y el mismo Christian Bale.

Con estos fundamentos en el zurrón, no es posible que Enemy pase desapercibida. Cierto es que podía haber resultado aún más redonda, con un epílogo menos forzado, con menos espacios vacuos entre escenas. Claro que ha faltado sustancia, muy presumiblemente debido a la inconsistencia del guión. Pero, aun así, la cinta ha sido un logro. Por cierto, muy curioso resulta que ese mismo año Richard Ayoade estrenara su The Double, de idéntico contenido, pero con un muy buen Jesse Eisenberg como protagonista y un guión inspirado en una novela de Fyodor Dostoevsky. ¿Será que vivimos en los tiempos de los paralelismos virtuales, como corolario de la heterotopía a la cual se refería Foucault?

(Escrito originalmente en enero del 2017 para la revista Signum Nous)

55. Hell or High Water

Escrito el 30 de enero del año 2017:

Anoche vi de un tirón, tal y como acontece con las buenas obras, “Hell or High Water”, esa cinta que carga encima varias nominaciones a los Oscars, y que ha sido filmada por un tal David Mackenzie, escocés que habla de Texas y de la América profunda, como solo los grandes poetas pueden hacerlo. Y sí. Es que “Hell or High Water” es poesía. Basta ver los puebluchos desolados, duros, míseros, las carreteras que serpentean entre la rígida llanura donde el verde y el ocre se funden hacia el ocaso, los hombres nacidos y crecidos en la rigidez de la vida inmisericorde y, sin embargo, eterna e inolvidable y soberbia.

54. Henson y su sentimiento de culpa

Jim Henson, el maestro creador de los legendarios Muppets, presentó hace muchos años en el programa de Ed Sullivan, una serie de pequeños sketches de marionetas a los que tituló, sarcásticamente, Business Business.

Revisé muchos de ellos en la Internet y también tuve acceso a la crítica hecha por la lúcida María Popova en Brain Pickings, quien se basa sobre todo en el libro de Elizabeth Hyde Stevens, “Make Art Make Money: Lessons from Jim Henson on fuelling your creative career” para dar ciertas luces sobre la vida artística de Henson y su relación con el mundo empresarial.

Henson, por mediación de entretenidísimos diálogos y energéticos personajes, nos dice claramente que idealismo y mercado, inspiración y negocios, son incompatibles. Y establece que el dinero es el principal enemigo del arte. Para Henson, como para una mayoría de artistas e intelectuales, la creación de ideas es cualitativamente superior a la creación de bienes, lo cual revela la naturaleza auto elitista, discriminadora, de muchísimos “hacedores de palabras”, como definiera Robert Nozik a quienes intentan usar el intelecto como medio de subsistencia.

Y la Popova hace aquí un estupendo señalamiento. Ella dice que la posición de Henson es reduccionista por sí misma, pues el afamado titiritero no fue en vida tan sólo un admirable creador artístico, sino también un gran empresario y negociante, un “bisnero” del medio que triunfo y logró hacer de sus personajes, íconos del siglo XX como bien sabemos. Henson contradecía, por experiencia propia, sus sospechas y prejuicios con respecto al capital, y por ende, a las sociedades de mercado.

La realidad es que el arte y los negocios son, de por sí, complementarios y no contradictorios. Si no echemos atrás el tiempo y veamos los clarísimos ejemplos de auto gestión de un Leonardo Da Vinci o de un Migue Angel Buonarroti durante el Renacimiento… o al mismo Henson, por supuesto, ya en pleno siglo XX.

“Business Business” no es más, por lo tanto, que un reflejo de esa percepción errada que manifiestan muchísimos intelectuales. Percepción que establece que las motivaciones de la actividad intelectual contrastan con las motivaciones del mercado.

Robert Nozik decía que esta anómala disposición acerca de las motivaciones no era más que un “contraste exagerado”, porque terminaba obviando, excluyendo, a las recompensas extrínsecas tan propias al intelectual y tan perseguidas y buscadas por el intelectual, el artista, el creador. Hablaba de la vanidad, el dinero, la fama…

Tras esta evidente exclusión, se puede sacar por conclusión que el mundo intelectual, por regla general, odia al capitalismo. Los ejemplos son elocuentes y numerosos. Las causas que se han enarbolado para intentar explicar el motivo (o los motivos) de tal aversión son numerosísimas, pero todas apuntan a la inadaptación que siente el hacedor de palabras al mundo pragmático y real del mercado, del capital.

Los neoconservadores, por ejemplo, dicen que los intelectuales perciben que sus influencias estarán, en una sociedad capitalista, supeditadas al mercado, al pragmatismo de los trueques y las ventas. Y de igual manera creen que en sistemas colectivistas contarían con más poder y que alimentarían las canteras de burócratas, dirigentes y cuadros partidistas. Refrendarían, según Nozik, aquella afirmación de Platón de que la republica ideal sería la gobernada por filósofos.

F. A. Hayek, por su parte, argumenta que los socialismos priorizan a la ideología por encima de cualquier otra cosa, lo que resulta cómodo para los intelectuales porque los convierte en imprescindibles, asignándoles una posición de privilegio en los estamentos del poder, cosa que evidentemente no ocurre en las sociedades donde rige el capital porque el mercado, por su propia naturaleza, es neutral respecto al mérito intelectual. Y esto, evidentemente, genera resentimiento entre los hacedores de palabras, tal y como en lo dijera Ludwig Von Mises.

Nozik así también lo piensa. El cree, de hecho, que la causa cardinal del odio es el resentimiento. Dice que parte de ello se debe a que el capitalismo hace caer al intelectual en motivaciones y emociones de escaso gusto como ganar dinero, competir, triunfar y crear fama. Si otro al que consideran inferior en intelecto triunfa, esto se debe a una imperfección del sistema. Al mismo tiempo Nozik se pregunta el por qué tienen los intelectuales que estar resentidos por tener que satisfacer las demandas del mercado si lo que quieren son los frutos del éxito del mercado.

53. Et Dieu… créa la femme

“Et Dieu… créa la femme”, primer filme dirigido por Roger Vadim, un realizador menor dentro de la llamada nouvelle vague francesa, es en términos visuales poseedor de una estética cuasi impresionista, con colores desbordándose por doquier, como si una fiesta permanente invadiera cada espacio de la historia. Ello, y el cuello larguísimo de Brigitte Bardot son los matices más relevantes, sin dudas, de la cinta.

Aunque quizás debiera de añadir que esta vez, como ninguna otra, sin atisbos presuntuosos ni artificios de ninguna especie, con una simpleza sobrecogedora, se refleja el paradigma de la mujer fatal en su estado más puro y trascendente, el de la permanente condición de fruición, donde el sexo se impone a cualquier otra cosa que no sea gozo, por encima del dinero o del poder, incluso. Sexo, que en un final de cuentas es reflejo inevitable del temor, del miedo a la muerte y de las ansias por vivir.

“Et Dieu… créa la femme”, es la venganza nacida del despecho. (A pesar de la ligereza de los personajes, semejante a las ingrávidas aguas de St. Tropez). La tragedia emana aquí sin fingimientos, de la mano de una Bardot que no era solo una monumental belleza, sino una grandísima y entrañable actriz.

Es allí donde Vardim cosecha sus mejores vítores y halagos, en el perfil de ese mito que, como teofanía, alumbró los alborozados días de una parte perdida de la historia, la de mediados del siglo pasado en una vieja Europa ya repuesta, que aún no enfrentaba la pesadilla de su completa y total disolución.

¡Amén por Roger Vadim! Y sobre todo… ¡Amén por la Brigitte Bardot!

52. El imposible Kafka

La vida es azarosa, muchas veces. Antojadiza, veleidosa, voluble.. En el verano de 1911 Frank Kafka, junto a un buen amigo llamado Max Brod, pretendió echar a rodar una aventura editorial basada en la escritura de modernas guías de viajes que permitieran al turista aprovechar al máximo su estancia en determinados lugares. Ahorrar dinero era el objetivo supremo que perseguían ambos amigos con la confección de aquellas guías. Pero se les atravesó en el medio un hombre con no demasiada visión, un tal Ernts Rowohlt, y tronchó las aspiraciones Kafkianas de reinventar la hechura de las guías de viaje.

La pregunta que muchos se hacen es sí el viejo Rowohlt, con su negativa de llevar adelante el proyecto de los jóvenes checos, terminó regalando a la literatura a un autor de la talla de Frank Kafka. ¿Habría sido el dinero, que muy probablemente corriera a borbotones de coronarse la empresa, un impedimento para la creación de Kafka? ¿Es el dinero un impedimento que pone trabas al hambre, a la ambición del creador? ¿Un Kafka millonario podría haber escrito La Metamorfosis?

El hecho es que el tema siempre se enfoca en esa dirección, nunca al revés. Jamás nadie se pregunta qué habría sucedido si aquel viejo campesino con talento natural para la poesía hubiera tenido dinero y tiempo para sentarse a escribir sus sonetos. O si aquel chiquillo que, criado en la miseria, no pudo componer la música que le gustaba por aquello de empujar carritos en el supermercado, hubiera recibido alguna inesperada herencia ¿Cuántos talentos perdidos por falta de oportunidades o por escasez de patrimonio, que es prácticamente lo mismo?

A lo que me refiero es que las preguntas solemos hacerlas siempre desde una única perspectiva, la comúnmente aceptada, la políticamente correcta. Subsiste una especie de espíritu de sacrificio en la manera en que las sociedades y los hombres suelen dimensionar a la historia y a los hechos. Alberdi culparía a la revolución francesa y su legado. Nozick a los valores enseñados en los sistemas educativos occidentales. Se trasmite, sin dudas, ese concepto prejuiciado de que el dinero es malo per se, de que entorpece y envilece las capacidades creativas. Es norma general. Es el síndrome de Jim Henson.

 

51. El tal Cervantes…

Aquel día en que el feminismo militante de estos tiempos descubra al Quijote, hará trizas de la obra, la declarará cosa obscena y aborrecible y establecerá, sin dudas de ningún tipo, que el capítulo L, el de la cabra escapada, es génesis de los abusos modernos a los que se somete a la mujer occidental. Ya hurgarán y encontrarán que muchos de los que rigen los destinos de los hombres en el mundo moderno, incluyendo a esos del imperio norteamericano, proceden de aquel alabardero (pretencioso y malsano) de la explotación de la mujer, el tal Cervantes…

50. Martí, 28 de enero

Martí ha estado presente desde siempre en el debate político de la Cuba moderna. Su impronta fantasmal no se limita a la apoteosis del castrismo o a la mención de turno en el discurso del político de moda. Martí ha sido parte principalísima de la entelequia republicana, lo cual es mucho tratándose de un hombre que fue, sobre cualquier otra cosa, un explorador de ideas y no un ejecutor teórico definido.

Más allá de discursos y consignas, José Martí ha alimentado debates constitucionalistas y ha establecido, incluso, políticas a seguir en una república que lo sobrevivió. La bandera de su “ideario” ha sido constantemente ondeada por conservadores y libertarios, por socialistas y demócratas, por autoritarios y comunistas. Es probable que ello responda a la propia indefinición ideológica del prócer, pues en su peregrinar intelectual, Martí lo mismo apoyaba con anotaciones a pie de página el anti estatismo de Herbert Spencer, que daba un espaldarazo al comunitarismo de Henry George.

A Guillermo Cabrera Infante le parecía que Jorge Mañach era uno de los responsables principales de la sacralización martiana en tiempos de la república. Se quejaba del flaco servicio que le había prestado al José Martí hombre y, por ende, a la historia y al decursar de Cuba. Su biografía sobre el poeta reflejaba “el apóstol sin el hombre”. ¡Nada más terrible para la verdad!

“La intención no era convertir a Martí en el apóstol número trece del cristianismo, sino hacerlo una suerte de san Pablo laico”, nos dice Cabrera Infante en una columna publicada en El País de España el 19 de mayo de 1995. “Como otros de su generación, al emascularlo prepararon el camino para su última utilización por Fidel Castro. O de la castración a la castrización”.

La hipérbole criolla trastocaría luto en religión, como he dicho alguna vez. Y el resto es conocido. Llegó el comandante y mandó a parar… con ayuda del Martí impoluto inventado por los intelectuales de la república.

Puntualizando sobre el tema, creo que la imagen y el legado de Martí fueron santificados tras su caída en Dos Ríos (un suicidio a todas luces, según creía el propio Fermín Valdés Domínguez) en aras de crear una referencia de cubanidad. Al parecer, las naciones necesitan de símbolos en torno a los cuales construir sus identidades. De allí los héroes y los mitos. De allí los apóstoles y próceres.

No pienso que Cuba haya sido ajena a todo este ejercicio de nacionalismo tan común y tan humano. Y para ello se escogió a José Martí, amén de sus lógicas imperfecciones (que luego serían pulidas hasta el punto de lo sacro), como el madero sobre el cual tallar al ídolo criollo.

49. Más sobre Borges, Vargas Llosa y Piglia

He hallado finalmente, como si se tratase de aquella biblia Septuaginta inspirada en el encuentro entre Alejandro Magno y el sumo sacerdote de Alejandría, la entrevista que Paris Review le hiciera a Mario Vargas Llosa donde, entre otros temas, habla acerca de su relación con Borges.

A diferencia de las clases abiertas con el profesor Carlos Granés en la Universidad Complutense de Madrid, donde Llosa no menciona cosa alguna acerca de esa divertida historia que Piglia refiere sobre el “peruano vendedor de casas”, en la entrevista de marras con la revista literaria dice que Borges se molestó con él por unos comentarios que hizo sobre el lugar donde vivía:

“I said I was surprised by the modesty of his house, which had peeling walls and leaks in the roof. This apparently deeply offended him”.

Es muy probable, por lo tanto, que el trecho final de la anécdota contada por Piglia sea apócrifo, quizá con el objeto de cobrarle algunas cuentas, como bien decía Michael H. Miranda, al Nobel peruano. Aunque no sería sensato descartar que haya sido el propio Octavio Paz (que puso a Vargas Llosa en conocimiento de la molestia de Borges) el amigo al que Piglia se refiere y que fue receptáculo del chiste del maestro bonaerense.

De ser así, la reputación de Piglia sería redimida

48. Notas sobre El Quijote

Si me preguntan, creo yo que la génesis de la novela ensayo, o la novela de ideas, como casi todo, se encuentra en el Quijote, en el capítulo treinta y ocho, donde el de la triste figura nos lanza aquel discurso sobre las armas y las letras. De allí parten Bioy Casares o el propio MIlan Kundera…

Es de admirar, entre muchas otras cosas, el buen tino con que Cervantes hizo coincidir dos desenlaces tan dispares como el de “El curioso Impertinente”, esa novela ejemplar, sub género que atesora sus raíces morales en Heródoto y Platón, que inserta dentro del Quijote y que el cura Pedro Pérez lee en la venta de Palomeque, con el destino de los amores y desventuras de sus personajes Lucinda, Dorotea, Don Fernando y Cardenio. La muerte es la desdicha mayor de las desdichas. Camila Anselmo y Lotario son la constatación de la tragedia. Pero los otros, los otros son la constatación del acomodo y la esperanza.

47. Borges y Vargas Llosa

Contaba Ricardo Piglia en una de sus míticas clases abiertas en Buenos Aires, que una vez el escritor Mario Vargas Llosa, ya reverenciado en España y Latinoamérica por sus primeras obras, fue a visitar a Jorge Luis Borges en su modesta casa bonaerense. Vargas Llosa se impresionó con la adustez que reinaba en el lugar donde habitaba el maestro y le inquirió a Borges el por qué vivía en un lugar tan sobrio a la usanza de los ascetas. Borges contestó que quizás se debía a su ceguera y a sus escasas pretensiones materiales. Al día siguiente, algún amigo de Borges le preguntó sobre la visita de Vargas Llosa: “Sí. Vino un caballero peruano a visitarme, el cual evidentemente debe de haber trabajado para alguna oficina de bienes raíces, porque todo el tiempo estuvo tratando de convencerme de que me fuera a vivir a un lugar mejor”.

46. La delación

He notado, no sin cierto pesar, que vivimos en tiempos donde el advenimiento de la delación a ultranza rige casi todo estamento de vida, establece normas, acopia elogiosos comentarios y, sobre todo, destruye inocentes existencias. Se ha convertido en un precepto moral. Se nos ha impuesto el acto ‘delatorio’ (tal y como Gea dio la hoz asesina a su hijo Cronos), la chivatería desleal, como artificios de la democracia, ese ente imperfecto que atosigó a Sócrates hasta condenarlo a la cicuta. ¿Cómo, entonces, hemos de confiar en ella?

La delación se alimenta, hemos de decirlo, de las pasiones más bajas, de los más oscuros instintos, de la soliviantes maldadosa del que odia y sabe hacer de su odio un arma magnífica y terrible. Ejecutarla equivale a trastocar al Plutón magnánimo de las cosechas y las piedras en el Hades infernal e implacable que reina en las lóbregas grutas de Perséfone. Porque detrás de cada delación sin fundamento hay una cuota de animosidad y malas intenciones.

De manera que, de la común chivatería, tan alejada del honor, se está pariendo un mundo nuevo. O un mundo reciclado, sería mejor decir. Arremetemos como Inocencio III y sus legiones de inquisidores, en contra de los cátaros del sur de Francia, que ahora son del mundo todo, no animados por la consecución de la uniformidad religiosa sino por el hallazgo de obtener ventaja y de acallar al que disiente con estas novedosas normas de conducirse, de decir y de valorar las cosas. Los dominicos de la nueva cruzada son los alabarderos de la falsa corrección. Como guiñapos sometidos a la cruel estrapada, ya deambulan montones de inocentes condenados por el dedo histérico y acusador del delator de turno, testigo infame a la usanza de los notarios de los inquisidores.

Vivimos en el occidente histérico de las nuevas cruzadas, a la espera del sermus generalis que nos condene. ¿Qué libertad hay en ello? ¿Cómo discursear sobre la justicia cuando el inocente es culpable antes de que la constatación de su propia culpabilidad sea un hecho probado y comprobado? Es cosa curiosa que la abolición oficial de la inquisición viniera de la mano del emperador Napoleón. Para entonces, la vergüenza ya había perdurado demasiado tiempo…

45. House of Saddam

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Un comentario sobre la serie House of Saddam y el hombre que inspiró tal cosa:

Saddam Hussein Abd al-Majid al-Tikriti rigió con mano de hierro y crueldad extrema los designios de Iraq, la antiquísima Babilonia bíblica de Hammurabi, la Asiria de Shamshiadad. Se afianzó en el poder en 1979, obligando a renunciar al padre de la revolución Ahmed Hassan al-Bakr, instaurando así el terror entre amigos y enemigos. Un terror ideológico y nepótico que encumbró a parientes, primos, hijos y cuñados con igual prestancia con que luego los haría caer.

HBO y la BBC inglesa unieron fuerzas hace ya algunos años para filmar una mini serie que recogiera los casi 24 años en que Hussein quiso emular a sus antiguos. El liderazgo de Saddam, surgido más del sentimiento en contra de los ayatolas iraníes que de la revolución anti monárquica del 14 de julio, fortaleció al partido Ba’ath y convirtió a las tierras de Mesopotamia en una especie de remedo del castrismo caribeño, donde a la adustez del cruel estalinismo soviético se sobreponía el espíritu chapucero y tercermundista de La Habana. Esto probablemente se haya debido más al carácter antropológico de ambos pueblos que a la predicación de las ideas de Lenin.

La serie no es sólida, he de decirles. Adolece de fuerza necesaria y de rigor estético. La historia parece estar contada de manera extremadamente básica, con diálogos primarios y personajes rígidos y pequeños que palidecen a la sombra del gran líder, como minúsculos yerbajos camuflados ante la imponencia del roble. Pero, aun así, con las falencias y miserias de la narrativa ideada por Stephen Butchard y Alex Jones, este ejercicio histórico constituye un testimonio interesante sobre los entresijos de la regencia del poder en la Iraq verde-olivo de Hussein.

Sadam, que ansiaba imaginarse como Darío, con hermosísima flor de loto en la mano izquierda y en la derecha un cetro, y corona de oro puro y diademas sobre su cabeza, no pasó de ser un Honorio cobarde e infausto, que como si fuera Herodes, el constructor de Cesárea, moriría colgado, atosigado y perseguido por sus familiares muertos, aquellos a quienes asesinó con propia mano o esos otros que fenecieron por su culpa.

44. Una trágica gesta

A propósito de ese acto de valor tan conmovedor e infausto:

Cercados en esa especie de ciudad de Dite, la que alberga los últimos círculos del infierno, fueron asesinados, sin que la gloria y la decencia militar que debe observarse ante los hombres fuertes y valientes hiciese aparición, Óscar Pérez y el pequeño grupo de rebeldes que desafió al régimen del déspota Maduro y sus secuaces de La Habana.

Ha sido una gesta trágica, como todas, la de este militar honroso que creyó que con su ejemplo podría arrastrar a un pueblo a la senda de los antiguos romances liberadores. Olvidó que el envilecimiento es cosa frecuente entre la plebe. Y así murió, ultimado por las balas de la dictadura y por la apatía cobarde de las víctimas que, en estos casos de socialismos redentores, no dejan también de ser cómplices entusiastas y abnegados.

Pero con Pérez se salva la memoria de Venezuela entera. Nos dice Borges en El Aleph que dilatar la vida de los hombres es dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. El joven Óscar, en su premura admirable, no supo cómo esperar a ser devorado por el Hades de la fatalidad y el entreguismo. Emuló a Alejandro Magno, aquel que quiso ser Diógenes en su muerte y al bravo Temístocles, que derrotó a Jerjes en Salamina.

Ser testigos del cruel final de Pérez y sus hombres, escuchar sus palabras, llorar junto al padre joven y el idealista militar, será un episodio inolvidable para aquellos que cargamos la vergüenza de las cosas infaustas y dolorosas. Y, sin embargo, hay una cierta dicha, un remanente de esperanza y fe en el animal que somos, como si las antiguas gestas atesoraran aún algún valor.

Nunca más justos y oportunos estos versos de Virgilio, atribuidos a Eneas, que rezan la alegría del dolor de esta manera: “Tres veces y cuatro veces, ay, bienaventurados / cuantos hallaron la muerte bajo las altas murallas de Troya, / a la vista de sus padres”. El joven Pérez, padre y militar, ha dejado una huella en su paso por la vida, sabiendo ser héroe aún en la muerte.

43. Moi Non

Al inquisitorial movimiento «Me Too» parece comenzar a oponérsele el «Moi Non». ¡Que cosa tan terrible que la gran democracia americana haya parido engendro tan despreciable y reaccionario como el movimiento de marras! Aplausos para la Brigitte Bardot, la Catherine Deneuve, la Joëlle Losfeld, la Catherine Millet, por no sucumbir a lo que está de moda…

42. La bullaranga del populacho

El antitrumpismo vociferante y febril parece haber mutado desde el dolor histérico de la pérdida y el luto a la psicosis paranoica y compulsa. Mucho bien se le haría a la antropología y la historia futura el mesurado estudio de tal comportamiento, especie de rara enajenación que solo provoca caos y amargura, como aquellos sacrificios mayas a la luz del sol de Guatemala, donde los hombres azules eran decapitados con la tácita aprobación de la bullaranga del populacho.

En lo que a mi respecta, si cumplidos los cuatro años del actual gobierno el estado de cosas no me acomoda por tal o cual razón, ya veré qué hacer con el voto del cual soy dueño, con la piedra negra o con la piedra blanca con que Cleisthenes parió a la democracia. Que me proteja la espada curva de Cronos, asesina de Urano, de caer en el precipicio del histrión, donde aquellos que pierden se desgarran las ropas y se sacan los ojos, no a la usanza de Edipo, sino por causa más trivial: el miserable Trump, ayudado por la prensa y los medios, les ha arruinado la existencia.

41. Enero 15

La invasión irlandesa de los noventa fue en realidad más The Cranberries que Sidney O’Connor. Dolores O’Riordan no solo contenía en sí misma una inmensa cuota de talento y carisma, sino también esa mala leche irlandesa tan caricaturizada por la cultura popular. Pues bien, para pesar nuestro, de todos, la rebelde Dolores se ha muerto hoy en un oscuro estudio de grabación, bajo la bruma del invierno londinense. Tenía tan sólo 46 años…


(A propósito de aquellos que creen que, aún a los comunistas se les debe permitir el debate público):

Nada peor en materia política y de vida que esa naturaleza naif con que intentamos embadurnar nuestras creencias y razones. O nuestros miedos y complejos. Dar tribuna a quienes, amparados en la naturaleza permisiva de la llamada democracia, (aquel invento de Cleisthenes, el héroe que derribó al tirano Hippias), desbarran en contra de los pesares y las carencias de los hombres para alentar sus propios propósitos autoritarios, no es otra cosa que colocarse la soga al cuello. Borges no andaba muy errado cuando afirmaba que la democracia era un abuso de la estadística.


Una cosilla burlesca cervantina, pero cierta:

Patroclo Sabelotodo lo sabe todo, lo intuye todo y, siempre presto a enmendar a los pobrísimos mortales que le rodean, participa raudo y fresco en cada debate que le aflije y que, en vista de lo mal que andamos en el mundo, recaba de sus modestos esfuerzos.

Y tal y como es propio de estos señores sabihondos, Patroclo Sabelotodo acusará a quien ose enfrentar sus acometidas, de tiranuelo en potencia, de extremista y caprichoso, e incluso, de ignorante atrevido, cosas que en realidad y al final de cada encomienda, le calza mejor a él que a los otros, por la naturaleza de las cosas que dice y que defiende.

De Patroclos andamos sobrados en estos pastos virtuales, todos lanza en ristre y biblia atea bajo el brazo, pues la única religión que invocan es la de sus profundísimos conocimientos, aunque poco hayan leído a los clásicos y menos sepan de mitología e historia. Sus pedanterías pretenciosas les suplen sus falencias de conocimientos y de sentido común, pues en estos tiempos que habitamos la sotana hace al monje y la bufanda al intelectual, según ellos mismos dicen y aparentan.

Y así vamos…

40. Miguelito

Hace un año, a propósito de la muerte del pintor Víctor Miguel Moreno, nuestro «Miguelito»…

Cuando Enrique Labrador Ruiz describe a Fidelio Ponce, es como si también describiera a Víctor Moreno, ese malogrado pintor que murió no hace mucho en La Habana, recluido en una especie de hospital privado, reflejo psicótico de los tiempos que se viven en Cuba.

Víctor Miguel Moreno, Miguelito, también padecía de alucinaciones grandilocuentes y de enemistades descomunales. Su obra, ignorada, birlada, robada, es probable que algún día alcance el lugar que, estoy seguro, se merece.

Mientras tanto, desanda los caminos inconmensurables que desconocemos, probablemente en compañía de Fidelio y otros tantos, tal y como nosotros también lo haremos en un futuro impredecible. La muerte, les digo, nos empareja a todos.

39. Enero 13

Lo curioso de la historia de Judea es que, en épocas de grandes imperios, las narraciones del viejo y el nuevo testamento nos muestran el micro mundo de una pequeña región siempre colonizada por míticos hombres y legendarias armadas. La cotidianidad de Judea era la de las insignificantes conquistas. Como ella, miles.

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Si analizamos lo que ha sido la historia de los hombres, esta parece reducirse a la prevalencia del paganismo primero, y luego a la alternancia del dominio de las creencias monoteístas, ya sea el cristianismo o el islamismo. No olvidemos, tampoco, el orientalismo y sus dominios. Creo, en resumen, que aunque nos pueda pesar, la historia ha sido religión.

38. El debate del shithole

No dejo de asombrarme de esa capacidad innata de muchos por hacer de la vida un campo de batalla y transitar, como monjes guerreros entre las brumas de Tortosa, de escaramuza en escaramuza, blandiendo la espada de la ignominia a como dé lugar.

Es el pan nuestro de cada día, sobre todo en los últimos tiempos. Desde el mismo momento en que alguien niega haber dicho o hecho algo en concreto, el debate sobre tal tema queda incapacitado desde el ámbito de la razón y el sentido común. Si luego de ello seguimos insistiendo en que el “hacedor” de marras merece la inconsideración y el irrespeto, el insulto y la rabia, entonces son los agraviantes quienes portan el mal de la intolerancia y el odio.

¡Y créanme cuando les digo que se vuelve cansador y fatigoso escuchar a los de siempre mascullar sus amarguras, a la usanza del Quijote apaleado (pero sin la alegría optimista del loco) y cabalgar, lanza en ristre, agazapados por el escudo saurónico de la falsa tolerancia, en pos de lo que ellos consideran plausible, trastocándose al final en tiranos de la palabra y los hechos!

Tengo amigos, o conocidos, que dolorosamente han dejado de existir y de disfrutar la vida y de admirar los ocasos desde hace algo más de un año a esta parte. Y como no encuentran consuelo a sus penas y dolores, pues se dedican a la quimérica idea de destronar presidentes que no les acomodan y de gritar, con enconado esfuerzo, sus rabias a los cuatro vientos. Se han vuelto esclavos de la intolerancia que dicen no representar y de la cual acusan a sus odiados enemigos.

Lo visto ayer en las redes sociales y las secciones de comentarios de periódicos y revistas, no hace otra cosa que refrendar lo antes dicho. ¡Cuanta palabrería insustancial y tiempo gastado miserablemente! Si vivimos, como muchos afirman, en la democracia occidental más representativa y fiable, esperemos a que las elecciones, esa especie de espectáculo imperfecto, sacie las ansias de unos y los dolores de otros, para que aprendamos a ganar y a perder como es preciso, sin que las alimañas que tanto ponzoñaron a Eurípides, un siglo antes que Aristóteles, se apoderen de nuestro discernimiento y terminemos siendo, como es de esperar en estos casos, aquello que tanto criticamos.