La vida es azarosa, muchas veces. Antojadiza, veleidosa, voluble.. En el verano de 1911 Frank Kafka, junto a un buen amigo llamado Max Brod, pretendió echar a rodar una aventura editorial basada en la escritura de modernas guías de viajes que permitieran al turista aprovechar al máximo su estancia en determinados lugares. Ahorrar dinero era el objetivo supremo que perseguían ambos amigos con la confección de aquellas guías. Pero se les atravesó en el medio un hombre con no demasiada visión, un tal Ernts Rowohlt, y tronchó las aspiraciones Kafkianas de reinventar la hechura de las guías de viaje.
La pregunta que muchos se hacen es sí el viejo Rowohlt, con su negativa de llevar adelante el proyecto de los jóvenes checos, terminó regalando a la literatura a un autor de la talla de Frank Kafka. ¿Habría sido el dinero, que muy probablemente corriera a borbotones de coronarse la empresa, un impedimento para la creación de Kafka? ¿Es el dinero un impedimento que pone trabas al hambre, a la ambición del creador? ¿Un Kafka millonario podría haber escrito La Metamorfosis?
El hecho es que el tema siempre se enfoca en esa dirección, nunca al revés. Jamás nadie se pregunta qué habría sucedido si aquel viejo campesino con talento natural para la poesía hubiera tenido dinero y tiempo para sentarse a escribir sus sonetos. O si aquel chiquillo que, criado en la miseria, no pudo componer la música que le gustaba por aquello de empujar carritos en el supermercado, hubiera recibido alguna inesperada herencia ¿Cuántos talentos perdidos por falta de oportunidades o por escasez de patrimonio, que es prácticamente lo mismo?
A lo que me refiero es que las preguntas solemos hacerlas siempre desde una única perspectiva, la comúnmente aceptada, la políticamente correcta. Subsiste una especie de espíritu de sacrificio en la manera en que las sociedades y los hombres suelen dimensionar a la historia y a los hechos. Alberdi culparía a la revolución francesa y su legado. Nozick a los valores enseñados en los sistemas educativos occidentales. Se trasmite, sin dudas, ese concepto prejuiciado de que el dinero es malo per se, de que entorpece y envilece las capacidades creativas. Es norma general. Es el síndrome de Jim Henson.
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