
“Dunkirk”, de Christopher Nolan, es la epopeya de un fracaso. Una narrativa a la usanza de la guerra de Troya y la muerte del valiente Héctor a los pies de la muralla de la ciudad hitita; del eclipse mortuorio que aterrorizó a Babel; de los sacrificios terribles de los mayas y los mochis; del fenecer de Hephaestion en su lecho de guerrero junto al admirado Alejandro, ese Aquiles macedónico; del saqueo de Roma por el salvaje Alarico; de la condena terrible de Temístocles y su muerte onerosa en Persia, a la que derrotó alguna vez en Salamina.
Es también, esta Dunkirk de Nolan, el horror del Bojadí ante el fantasma de Zaid; y la bonanza de espíritu de la nación inglesa, que salvó en sus barcazas aficionadas a aquellos que no fueron héroes. Nunca importó, en todo caso, que los monjes hospitalarios de San Juan mataran en el sitio de Rodas a 50 mil otomanos, pues se rindieron por hambre y sed ante Solimán el magnífico. La historia es cíclica y los monjes de anteayer fueron los nazis de ayer que, a pesar de una aparente gran victoria en la costa francesa iniciada con el error del general Gamelin, se trastocó en amarguísima derrota final. ¿Por qué la Alemania nazi detuvo su ofensiva y permitió la evacuación?
Lo cierto es que las fuerzas aliadas experimentaron la transformación nietzscheana de camello a león a niño, ese arquetipo perfecto del renacer espiritual y físico, del nuevo comienzo. Fuese con la vital participación de los Estados Unidos o de la Rusia soviética de Stalin, el hecho es que la guerra y su fin permitieron la sobrevivencia de cierto mundo occidental tras la resurrección de los ejércitos que combatían a Alemania. Dunkirk fue solo un episodio y hasta quizás un punto de partida, una vuelta de retorno preciso y necesario.
Ya el cine había hecho un intento por trasladar la épica trágica de las tropas acorraladas en la bahía gala cuando en 1958 Leslie Norman construyó una pieza basada en los libros “The Big Pick-Up” de Elleston Trevor y “Dunkirk”, co-escrita por el teniente coronel Ewan Hunter y Maj. J. S. Bradford. Nolan, que a lo largo de los años se ha convertido en un cineasta magnificente, hacedor de grandes espectáculos visuales a la usanza de la triada de Batman o de Inception, ideó la concreción de varias historias paralelas, muy simples y singulares, para acometer el asombro perverso de mostrar la derrota y vergüenza de una batalla fallida. El resultado es decente, más visual y estético que conmovedor y humano. Aquellos tiempos en que Christopher Nolan nos asombraba con su profundo conocimiento de la naturaleza humana en cintas reveladoramente intrínsecas y personales como la celebrada “Memento”, parecen haber quedado atrás, dando paso a estos ejercicios fríos, cuasi documentales, con que Dunkirk nos recuerda que la historia es cíclica y que se seguirá sucediendo eternamente, mientras los hombres se conquistan y se matan en las costas de cualquier nación.
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