107. El nihilismo estoico

El castrismo, en su perpetuo afán por controlar y mantenerse en el poder en Cuba, ha ejercitado durante más de medio siglo una filosofía dicotómica que se adapta a la idiosincrasia nacional con perfección. Quien obvie la influencia de la etnografía criolla en la supervivencia del castrismo, anda por mal camino.

Probablemente esta dicotomía no habría funcionado en cualquier otro lugar. O quizás sí. Pero la puesta en escena del colectivismo cubiche, de una eficacia cuasi absoluta, ha convertido a la Cuba sandunguera e irresponsable en ejemplo clásico de cómo ofrecer pan y circo a una masa nacionalista que también, por supuesto, puede lanzar consignas y ser estoica.

Hay en la Cuba de hoy una interpretación “epicúrea” de la vida, donde el desinterés total por la política sumado al gozo del momento, prima en la conciencia nacional. La sociedad cubana en general es nihilista. Su moral parte del nihilismo; del “nihilismo ético” al que Viktor Frankl se referiría en su “Psicoanálisis y existencialismo”.

Ha sido el triunfo del placer como fin supremo. Placer que según los estándares criollos, se configura en torno a una modesta celebración bailable y musical o al simple ejercicio de la especulación personal. Y es que no puede aspirarse a una dictadura totalitaria de alcances longevos en una población con estándares más encumbrados.

Por otro lado ha sido el estoicismo piedra angular en la conformación del nuevo carácter nacional. El destino está escrito y el hombre no puede hacer nada para cambiarlo. El destino es el socialismo revolucionario. Al abandono epicúreo de las masas se antepone la capacidad de sacrificio de Spinoza: hay que soportar los avatares de la existencia.

Ese carácter estoico, tan blanco, tan eslavo, tan sajón, ha sido el complemento perfecto para la apoteosis del Estado, para el relativismo hegeliano que ha permeado cada estamento de la sociedad cubana y que amenaza (¡cómo no!) con arrastrar hacia el abismo a las generaciones venideras.

106. Letyat zhuravli (Cuando pasan las cigüeñas)

Letyat zhuravli (Cuando pasan las cigüeñas) fue, en cierta forma, una cinta disidente, tomando en cuenta los estrictos códigos ideológicos de entonces. Claro, Stalin había muerto y la presidencia de Jrushov ensayaba una especie de perestroika primitiva que se hacía levemente de la vista gorda ante deslices como los de Kalatozov: una abuela que santigua a su nieto antes de partir a la guerra, un jefe de familia que se mofa de las consignas partidistas, jóvenes que desconfían del patriotismo exacerbado…

En términos estéticos, la pieza de Kalatozov es un ejemplo emblemático del llamado realismo de la posguerra, que tanto influenciaría la manera de hacer cine de la novel Cuba castrista, como es el caso de Tomás Gutiérrez Alea, por ejemplo.
En todo caso, la euforia del triunfo de los soviets termina por opacar la pérdida del ser amado, en un guiño cómplice hacia la intolerancia del sistema, en una oda al voluntarismo estoico de los herederos de la revolución bolchevique.

105. Frailty, una obra oscura e inquietante

Apuntar el momento preciso, quirúrgico, en que se nos revela el fin de la inocencia, no es cosa permisible para todos. Solo acontecimientos trascendentes, muchas veces desoladores y terribles, trazan la senda reconocible del auto conocimiento y de la memoria finísima y exacta.

Adam y Fenton lo supieron aquella noche en que su padre, un buen hombre, entró al cuarto de dormir y les dijo que Dios lo había visitado para otorgarle una misión: descubrir la identidad de los demonios, y eliminarlos sin piedad. A partir de allí, ya nada fue lo mismo. A partir de allí, el horror y la muerte. A partir de allí, los hachazos en el cuello y el entierro de los cuerpos en el Rose Garden del pueblucho texano.

Esta historia de Brent Hanley es de las más oscuras que alguna vez se hallan filmado. La dirección del ahora difunto Bill Paxton, certera, directa, irredimible, parió una obra mayúscula, sin dudas, y sobre todas las cosas, subestimada injustamente. Me arriesgaría a decir que Frailty es una joya desconocida, ignorada, una pieza brillante sin cabida en el Hollywood correcto y aséptico de hoy en día, sobre todo debido al certero giro narrativo que le otorga, a pesar del desfase temporal, el carácter de heredera tardía del subgénero “serial killer”, que alcanzara la apoteosis creativa a incios de los noventa del siglo pasado con la inolvidable “The Silence of the Lambs”.

Frailty, rodada una década después, aún sostiene el aliento de aquellas obras oscuras e inquietantes que tan bien reflejaron los horrores del alma. A Paxton, les digo, hay que admitirle su genio y su osadía. Que al menos tanta ceremonia sirva para rendirle el magnífico homenaje que merece, y que nunca recibió mientras vivía.

104. Wonder, burdo maniqueísmo

Wonder es una pieza que, en aras de conseguir empatía con sus potenciales espectadores, echa mano al más burdo maniqueísmo y a la más pedestre exageración con tal de intentar el lagrimeo fácil y la conmiseración gratuita. Acá los ricos son malos, pero remalos, capaces de (en un acto supremo de simplificación y mala leche) abusar y justificar las malas acciones que los niños cometen en contra de aquel que es diferente. Los buenos, son rebuenos; por lo general gente sencilla y tolerante, que puede cometer algún errorcillo pero que se enmendarán e incluso se redimirán en cuanto tengan el menor de los chances.

 

Pero lo más exasperante de esta mediocre pieza tele-novelesca del también muy mediocre Stephen Chbosky es aquello del tensar la cuenta para cargar de un dramatismo inexistente toda escena, toda acción, toda sentencia. Probablemente el desespero de Chbosky por legar a esta pieza de alguna consigna política o partidista lo ha llevado a concretar el paritorio de esta especie de Hermes Psicopompos, el infausto acompañante del Carontes griego por las aguas de la muerte.

103. El bienhechor de moda

Hace dos años, pero aún atesora actualidad, creo…

¡Qué fácil nos rendimos los humanos, los cubanos, a la figura rutilante del bienhechor de moda, del héroe circunstancial que parece poderlo todo y más! En el caso tristísimo que nos ocupa, el de los habitantes y descendientes de esa ínsula fantasmal en medio de las aguas del Caribe, pareciera deberse a la desesperación que se carga sobre los hombros y las almas desde hace ya más de medio siglo. Que si un opositor encarcelado o un hacedor de firmas o un tremebundo guerrillero alado o un presidente locuaz y oportunista. Cualquiera que inocule la más mínima cuota de esperanza a nuestra quebrada voluntad, adornada con los artificios de la salvación a ultranza, nos sirve y nos acomoda. No entendemos que la redención, como panacea milagrosa, no existe más allá de las habladurías y los cotilleos de la irrealidad. Habría que confiar hasta la muerte en un pueblo que ha agachado, desde hace mucho, la testa ante el mandón de turno, y que sobrevive gracias a que ha perdido toda noción de la moral y la decencia. Es cosa utópica pretender que los aires de la autodeterminación despeinen el rostro de una nación que ha preferido ser esclava. La libertad no sobrevive ni alberga esperanzas allí, donde el cieno es estéril.

101. Hora de renunciar, Gimenez

La vida es “tempo”. Cada decisión se engrandece cuando la tomamos de manera oportuna. Y, por el contrario, se ensombrece y pierde elegancia y honor cuando esas decisiones son desacertadas o atemporales. Pues bien, luego de escuchar al alcalde del condado Dade Carlos Gimenez hablar por una estación local de radio sobre la tragedia del puente peatonal de FIU, me parece que nos encontramos en el momento exacto, en el “tempo” perfecto para que el político de marras renuncie inmediatamente a su cargo.

100. Oblivion

Las preocupaciones del cine de ciencia ficción suelen girar en torno a dos grandes y trascendentes tópicos: el ejercicio del poder en cualquiera de sus variantes y la hechura y escritura de la historia por parte de los hombres. Ha sido una preocupación existencial plasmada por el género, con mayor o menor fortuna, desde siempre. Y un diálogo en Oblivion, cinta del inexperto Joseph Kosinski, así lo ratifica:

– Arriesgaste la vida de todos. ¿Por qué piensas que él es diferente?
– Él ya no cree.

El problema es que este es un filme fallido. Y va, si acaso, un paso por delante cuando (por exigencias del género) deberían ser al menos dos. El pneuma metafórico que apunta a la redención de un hombre, muy en la cuerda de The Matrix (salvando las distancias), jamás llega a buen puerto. Demasiados balazos. Innumerables clones. Un Hindenburg envuelto en fuego en las arenas de un Nueva York apocalíptico.

99. Georgia tiene la llave

Georgia tiene la llave.

Luego de que los personajes principales de The Walking Dead, liderados por Rick Grimes, abandonan las fronteras del estado de Georgia y arriban al vecindario de Alexandria, en Virginia, la serie imaginada por Frank Darabont (a punto de partida del cómic de Robert Kirkman), se viene cuesta abajo. Moraleja, Georgia es el Cerro del imperio moral. Y lo demás son áreas verdes.

98. Arrival, una historia semiótica

(Otra reseña de hace un tiempo atrás y que logro recuperar)

“Arrival” es una historia semiótica, algo filológica, contada por uno de los más sagaces narradores del cine de estos tiempos, el canadiense Denis Villeneuve. La pieza, basada en un texto del brillante Ted Chiang, indaga sobre todo en los alcances prácticos de la comunicación y sus consecuencias. Y a tenor del riesgo de parir una obra plana y aburrida, según los estándares del séptimo arte, lo cierto es que Villeneuve echa mano a su talento y con un admirable giro final, basado en la desestructuración narrativa de la pieza, redondea como siempre un trabajo más que meritorio. ¡Ah, Villeneuve que estás en los cielos! ¡Eres capaz de traernos una historia que reboza de humanismo, que transpira esa sensación de dolor e inseguridad perpetuas que nos persigue y atosiga, así como quien chasquea los dedos y sigue, sin embargo, tan campante!

El mérito de este Villeneuve radica, he de decirles, en su capacidad de hacernos creer que lo que cuenta es absolutamente cierto, y hasta puede emocionarnos y hacernos pensar por largo tiempo. “Prisoners”, “Sicario” y sobre todo aquella “Enemy”, a la que nos remite a través de cierta coincidencia argumental (sí, les hablo del texto heterotópico de Saramago), son ejemplos vitales de esto que les hablo. Y, a pesar de ello, la referencia más directa de la obra de Chiang, me parece, proviene de los textos de Carl Sagan. Por ende, esta pieza de Villeneuve está más cercana a aquella “Contact” de Zemeckis o a “Close Encounters of the Third Kind” de Spielberg que a esas otras cintas sobre apariciones de extraterrestres en la tierra, que suelen explotar la vertiente más trillada de la subsistencia y el pre apocalipsis como reflejo de la naturaleza humana.

97. Ferris Bueller’s Day Off

(Otro texto de hace un año atrás)

“Ferris Bueller’s Day Off”, cinta de culto de la década de los ochenta, seleccionada por el US Library of Congress para su preservación en el The National Film Registry, posee sobre cualquier otra cosa, han de saberlo, un inmenso valor icónico que, a la luz de los tiempos que corren, termina por otorgarle un carácter de tesoro vivencial, especie de constatación antropológica de una época en que en los Estados Unidos primaban los méritos sobre los cuales fue construida esta nación.

“Ferris Bueller’s Day Off” no trata solamente, les digo, acerca de la viveza y simpatía de un estudiante que decide saltarse un día de clases junto a sus amigos, y pasarla en grande. “Ferris Bueller’s Day Off” trata, esencialmente, sobre las libertades individuales y la alegría de vivir. A la pieza de John Hughes, por cierto, los “liberales” del momento la tildaron como una cinta ridículamente alegre y optimista, pues al fin y al cabo gobernaba Ronald Reagan (¡Ah, qué horror!). Las referencias al vicepresidente Bush o a las políticas económicas de la escuela de Chicago fueron bardas imperdonables para los “progresistas” de aquel entonces, por lo que es de suponer que muchas cosas no han cambiado en relación a la intolerancia de los “tolerantes”.

Pues sí, permítanme remarcarles el hecho de que “Ferris Bueller’s Day Off” no es tan solo un canto de amor del director y escritor John Hughes a su ciudad amada, ni es mucho menos una simple historia de adolescentes en aquella década maravillosa. A pesar de sus imperfecciones y de ese, hoy en día fácil de atisbar, espíritu naif, la pieza sobresale por su propio orgullo existencial y por la simpleza de sus postulados. Y de paso terminó por convertir al ahora difunto John Hughes en el gurú, en el cronista imprescindible de una época y de una generación. Los ejemplos sobran: “Sixteen Candles”, “The Breakfast Club”, “Weird Science” y por supuesto “Ferris Bueller’s Day Off” son comedias simpáticas y también, ¿por qué no decirlo?, profundas e impregnadas del espíritu de tiempos extraordinarios y magníficos.

96. Be here now

(Sigo recuperando textos escritos hace tiempo atrás. Este, de hace un año…)

La muerte, implacable, sigue su curso de manera invariable, sin hacer caso de las alternativas que el destino pueda improvisar. Andy Whitfield documentó su último año de vida de manera admirable, enfrentando su “Dorado” con bravura y con sabiduría. Whitfield solo alcanzó a acariciar el éxito como actor. Un linfoma lo arrebató de la vida, de sus pequeños hijos, de su familia amada. En el lecho de muerte explicó a sus vástagos que ya se iba al cielo, porque su cuerpo se había roto. Que era igual a una mariposa que no podía volar. Al tiempo de haber partido, sus hijos encontraron, precisamente, una mariposa en la entrada de casa. Tenía un ala rota. Sabían que era su padre que los visitaba y que cuidaba de ellos. “Be Here Now” es una pieza conmovedora, brutalmente hermosa, inolvidable.

95. Kung Fu Fury

(Escrito hace un año)

Kung Fury es un divertimento genial de treinta minutos, elaborado en Suecia, pero tomando como referentes culturales a la violenta Miami de los años ochenta y a la cultura pop norteamericana, sin obviar, por supuesto, la iconografía japonesa de la post guerra. David Sandberg es el “tipo” detrás de esta genialidad. ¿Quieres olvidar las penas y desternillarte de la risa? ¿Dejar en el olvido a la prensa parcializada y la histeria política de los malos perdedores? Kung Fury es la única respuesta. Ah, por cierto, ya es hora de que te enteres. Adolf Hitler es inmortal.

94. «Arrival», una historia semiótica

“Arrival” es una historia semiótica, algo filológica, contada por uno de los más sagaces narradores del cine de estos tiempos, el canadiense Denis Villeneuve. La pieza, basada en un texto del brillante Ted Chiang, indaga sobre todo en los alcances prácticos de la comunicación y sus consecuencias. Y a tenor del riesgo de parir una obra plana y aburrida, según los estándares del séptimo arte, lo cierto es que Villeneuve echa mano a su talento y con un admirable giro final, basado en la desestructuración narrativa de la pieza, redondea como siempre un trabajo más que meritorio. ¡Ah, Villeneuve que estás en los cielos! ¡Eres capaz de traernos una historia que reboza de humanismo, que transpira esa sensación de dolor e inseguridad perpetuas que nos persigue y atosiga, así como quien chasquea los dedos y sigue, sin embargo, tan campante!

El mérito de este Villeneuve radica, he de decirles, en su capacidad de hacernos creer que lo que cuenta es absolutamente cierto, y hasta puede emocionarnos y hacernos pensar por largo tiempo. “Prisoners”, “Sicario” y sobre todo aquella “Enemy”, a la que nos remite a través de cierta coincidencia argumental (sí, les hablo del texto heterotópico de Saramago), son ejemplos vitales de esto que les hablo. Y, a pesar de ello, la referencia más directa de la obra de Chiang, me parece, proviene de los textos de Carl Sagan. Por ende, esta pieza de Villeneuve está más cercana a aquella “Contact” de Zemeckis o a “Close Encounters of the Third Kind” de Spielberg que a esas otras cintas sobre apariciones de extraterrestres en la tierra, que suelen explotar la vertiente más trillada de la subsistencia y el pre apocalipsis como reflejo de la naturaleza humana.

93. “Ferris Bueller’s Day Off”

“Ferris Bueller’s Day Off”, cinta de culto de la década de los ochenta, seleccionada por el US Library of Congress para su preservación en el The National Film Registry posee, sobre cualquier otra cosa, un inmenso valor icónico que, a la luz de los tiempos que corren, termina por otorgarle un carácter de tesoro vivencial, especie de constatación antropológica de una época en que en los Estados Unidos primaban los méritos sobre los cuales fue construida esta nación.

“Ferris Bueller’s Day Off” no trata solamente, les digo, acerca de la viveza y simpatía de un estudiante que decide saltarse un día de clases junto a sus amigos, y pasarla en grande. “Ferris Bueller’s Day Off” trata, esencialmente, sobre las libertades individuales y la alegría de vivir. A la pieza de John Hughes, por cierto, los “liberales” del momento la tildaron como una cinta ridículamente alegre y optimista, pues al fin y al cabo gobernaba Ronald Reagan (¡Ah, qué horror!). Las referencias al vicepresidente Bush o a las políticas económicas de la escuela de Chicago fueron bardas imperdonables para los “progresistas” de aquel entonces, por lo que es de suponer que muchas cosas no han cambiado en relación a la intolerancia de los “tolerantes”.

Pues sí, permítanme remarcarles el hecho de que “Ferris Bueller’s Day Off” no es tan solo un canto de amor del director y escritor John Hughes a su ciudad amada, ni es mucho menos una simple historia de adolescentes en aquella década maravillosa. A pesar de sus imperfecciones y de ese, hoy en día fácil de atisbar, espíritu naif, la pieza sobresale por su propio orgullo existencial y por la simpleza de sus postulados. Y de paso terminó por convertir al ahora difunto Hughes en el gurú, en el cronista imprescindible de una época y de una generación. Los ejemplos sobran: “Sixteen Candles”, “The Breakfast Club”, “Weird Science” y por supuesto “Ferris Bueller’s Day Off” son comedias simpáticas y también, ¿por qué no decirlo?, profundas e impregnadas del espíritu de tiempos extraordinarios y magníficos.

92. Icarus

El deporte profesional, como casi todo lo relacionado a la existencia de los hombres, es un bluf, una mentira, una imagen construida sobre la creencia y la fe que sustentamos, sobre nuestra imperiosa necesidad de admirar héroes. El mundo es ese árido y lóbrego lugar construido sobre una ilusión omnipotente y eterna; ese rincón donde todos se mienten a sabiendas. Vea Icarus, el documental de Bryan Fogel sobre atletas, olimpiadas y esteroides, sobre muertes, conspiraciones y falacias, y entenderá que hay escasísima veracidad en esta vida que habitamos. No es otra cosa que la apoteosis del cinismo.

91. La oración de Talpiot

Allá en las áridas arenas del desierto de Qumran, donde los judíos reprobables anunciaban el venidero apocalipsis, quizás deambula Jesús, el hijo de José. ¡Ah, Jesús, retoño de carpinteros y maestros, tú que crees en el fin de los tiempos y las bestias! ¿Cómo pudiste arrimarte a la María Magdalena, si te tortura la tragedia del venidero fin? Jesús, modesto profesor judío que descansas en los osarios de Talpiot o en el Cafarnaum de José de Arimatea ¿Hacia dónde nos llevarán tus pasos y tu aliento? Quizás hacia la muerte senil de fecas y de gritos o hacia la gloria que prometieron los concilios. Ya arribará el tiempo en que los anunciadores de las nuevas desgracias nos lo harán saber con precisión de brujos asesinados en la hoguera.

©Rafael Piñeiro

90. The Drop

(Pequeña reseña escrita hace tres años. Casi ni me reconozco en estas oraciones)

Estaba a la caza de “The Drop” desde hace un tiempo, sobre todo por tres razones. La principal, Denis Lehane, maravilloso novelista que ha generado un par de cintas majestuosas como Shutter Island y Mystic River. Lehane, de quien recomiendo su obra encarecidamente, se encuentra a la vanguardia de esa nueva literatura noir que contiene, entre otros nombres, al impresionante Daniel Woodrell.
La segunda razón tenía que ver con James Gandolfini, que plasma aquí una última y memorable actuación, antes de que nos dejara sumidos en la tristeza por esa pérdida tan inesperada y dolorosa. Y la tercera, pero no menos importante, responde al nombre de Tom Hardy. Sólido actor de formación teatral, Hardy me había dejado bocabierto en aquella cinta del talentoso Christopher Nolan, The Dark Knight Rises, por su papel de Banes.
¿El resultado? Una historia simplísima repleta de personajes soberbios, que transpiran sudor y sangran sangre. Una historia de perdedores que de alguna u otra forma se redimen en las barriadas proletarias de New Jersey. ¿Gandolfini y Hardy? Rozando lo genial.

89. Pride and Prejudice

(Escribí esta pequeña reseña hace ya dos años. Sigo rescatando mi material perdido)

“Pride and Prejudice” es un novelón romántico que nos legó la buena de Jane Austen. Pero también es un increíble fresco de aquellos tiempos en que tener una dote de hijas en plena campiña inglesa obligaba a sus padres a ser políticos, estrategas y jugadores de ajedrez. Pues bien, nadie como Joe Wright para captar el espíritu de la Austen y la esencia de sus orgullos y prejuicios.

Wright, un especialista en cine de época que suele naufragar cuando se enrumba en historias atemporales al estilo de “Pan”, una especie de heredero de Jim Sheridan, no solo nos ofrece el privilegio de atisbar a una maravillosa y soberbia Keira Knightley en su papel de Lizzy, sino que sobre todo se da el lujo de trasladarnos a un mundo ya antiguo que parece conocer al dedillo, sobre todo de la mano del humor sosegado y amable conque Deborah Moggach, su guionista en este caso, tiñe a las situaciones y a los personajes.

Wright no se ha logrado superar en el devenir de su obra. Difícil hacerlo cuando “Pride and Prejudice” se ha constituido en el debut de toda tu carrera.

88. “These Final Hours”

(Escrito hace un año, en marzo del 2017)

Zak Hilditch es un realizador australiano prácticamente desconocido, que atesora el mérito de imaginar y escribir sus propias historias. Una de ellas, “These Final Hours”, cinta presentada en Cannes 2014, aborda con asombroso ingenio y con aguda rectitud, he de decirles, el tema inacabable de la naturaleza humana y sus imperfecciones, desnudadas al filo de la bestialidad más amarga que, tal y como acaece cuando el final se acerca, se revela de manera inexorable en cada uno de nosotros. El asomo sempiterno de la muerte nos hace mejores o peores, qué duda cabe. Y Hilditch aprovecha la coyuntura que ha ideado, el próximo fin de la existencia, para contarnos una maravillosa, cruel, y al mismo tiempo emocionante historia de redención y, curiosamente, vida.

James (un excelente Nathan Phillips), hombre epicúreo y superficial que ha llevado hasta entonces una existencia banal, recobra el sentido de la responsabilidad y por azares del destino, 12 horas antes de que un cataclismo barra con el continente australiano, se impone una meta de auto regeneración y salvación. La bondad, al igual que el más tenebroso mal, suele aflorar en situaciones límite. Todo depende seguramente, nos dice Hilditch, de la naturaleza verdadera que acarreemos. La pieza, finísima y sin embargo brutal, es de esas que se nos queda merodeando en los recuerdos por muchísimo tiempo, y que nos hace preguntarnos dónde residen las prioridades y miserias. De mantener este paso, Zak Hilditch debiera convertirse en un maestro venerado y sabio.