Apuntar el momento preciso, quirúrgico, en que se nos revela el fin de la inocencia, no es cosa permisible para todos. Solo acontecimientos trascendentes, muchas veces desoladores y terribles, trazan la senda reconocible del auto conocimiento y de la memoria finísima y exacta.
Adam y Fenton lo supieron aquella noche en que su padre, un buen hombre, entró al cuarto de dormir y les dijo que Dios lo había visitado para otorgarle una misión: descubrir la identidad de los demonios, y eliminarlos sin piedad. A partir de allí, ya nada fue lo mismo. A partir de allí, el horror y la muerte. A partir de allí, los hachazos en el cuello y el entierro de los cuerpos en el Rose Garden del pueblucho texano.
Esta historia de Brent Hanley es de las más oscuras que alguna vez se hallan filmado. La dirección del ahora difunto Bill Paxton, certera, directa, irredimible, parió una obra mayúscula, sin dudas, y sobre todas las cosas, subestimada injustamente. Me arriesgaría a decir que Frailty es una joya desconocida, ignorada, una pieza brillante sin cabida en el Hollywood correcto y aséptico de hoy en día, sobre todo debido al certero giro narrativo que le otorga, a pesar del desfase temporal, el carácter de heredera tardía del subgénero “serial killer”, que alcanzara la apoteosis creativa a incios de los noventa del siglo pasado con la inolvidable “The Silence of the Lambs”.
Frailty, rodada una década después, aún sostiene el aliento de aquellas obras oscuras e inquietantes que tan bien reflejaron los horrores del alma. A Paxton, les digo, hay que admitirle su genio y su osadía. Que al menos tanta ceremonia sirva para rendirle el magnífico homenaje que merece, y que nunca recibió mientras vivía.
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