Letyat zhuravli (Cuando pasan las cigüeñas) fue, en cierta forma, una cinta disidente, tomando en cuenta los estrictos códigos ideológicos de entonces. Claro, Stalin había muerto y la presidencia de Jrushov ensayaba una especie de perestroika primitiva que se hacía levemente de la vista gorda ante deslices como los de Kalatozov: una abuela que santigua a su nieto antes de partir a la guerra, un jefe de familia que se mofa de las consignas partidistas, jóvenes que desconfían del patriotismo exacerbado…
En términos estéticos, la pieza de Kalatozov es un ejemplo emblemático del llamado realismo de la posguerra, que tanto influenciaría la manera de hacer cine de la novel Cuba castrista, como es el caso de Tomás Gutiérrez Alea, por ejemplo.
En todo caso, la euforia del triunfo de los soviets termina por opacar la pérdida del ser amado, en un guiño cómplice hacia la intolerancia del sistema, en una oda al voluntarismo estoico de los herederos de la revolución bolchevique.
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