El eterno dilema argumental de la democracia se reduce, al menos en los tiempos que corren, a cuál sería la más eficaz vía práctica del ejercicio del pluralismo en el mundo occidental. El debate se centra entre dos únicas opciones: la democracia representativa y la democracia directa. A pesar de que esta última ha mostrado esporádicamente la sapiencia de ciertas naciones y ciertos pueblos (el Brexit y el plebiscito sobre los acuerdos de paz en Colombia, por ejemplo), la realidad es que la representatividad de las masas (amén de la consabida e inevitable corrupción que cosa así trae aparejada) parece ser la menos autodestructiva.
La esencia comparativa del debate, a un nivel menos trascendental, lo vemos en los espectáculos competitivos de la televisión. Mientras en programas de participación como “American Idol”, “The Voice” y “American Got Talent” son las masas quienes proclaman al vencedor, en los concursos de cocina como “Master Chef” y “Holiday Baking Championship” la decisión corre a cargo de los jueces. La etérea e improductiva afición por las artes contra la disposición laboriosa del artesano. De eso se trata…
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