La Bohemia cubana repitió a pie juntillas en el año 1958 y 1959 el discurso que ya había enarbolado cuando la revolución del 33. La demonización del poder a como diera lugar fue siempre su modus operandi. Leer aquella recopilación de artículos de la década del treinta preparada aquí en Miami en 1975, y que el hoy fallecido historiador Antonio de la Cova se encargó de archivar en su página de estudios históricos latinoamericanos, es una especie de deja vu de la narrativa “revolucionaria” que proseguiría tras el ascenso del castrismo. El Granma y toda la agresiva retórica del comunismo criollo no es más que una herencia cultural de nuestra infausta Bohemia, ese remedo tropical del execrable New York Times.
246
El cuerpo de la república se pudre tras morir hace ya más de medio siglo, después de aquella quimio tenebrosa que terminó por destruirla. El encargado de administrar la pócima “salvadora” fue ese pueblo que hoy se debate entre la miseria más extrema y las remesas enviadas desde la acera del frente. No hay que buscar otros culpables más que la envidia despiadada y el mesianismo incubado en el alma de la nación desde los años de la república mambisa.
Remediar tanta decrepitud y tanta infamia no será cosa fácil. ¿Cómo salvarnos? ¿Cómo salvar el alma de ese islote decadente y vergonzoso? ¿No estará en ciernes, acaso, el engendro de un Frankenstein, armado de jirones y pedazos muertos, que complacerá a la chusma y arrancará los vítores y los aplausos de aquellos que gritaban en las calles y en las plazas?
De un cuerpo nauseabundo e inerte poco puede cosecharse. De un Frankenstein deforme, mucho menos. Matar a la bestia y reinventar todo desde el principio sería probablemente la única salvación para tanta maldad. ¿Se lo merecen? ¿Lo merecemos?
(Escrito en el 2014)
245. Boy A
He visto la adaptación que hizo John Crowley de la excelente novela de Jonathan Trigell, “Boy A”, esta noche mientras disfrutaba de un turrón de chocolate que Ani compró en un Navarro cercano. Ambos, la película y el turrón, son de muy buena calidad, he de decirlo. Específicamente la pieza de Crowley, que resultó ser una de las mejores cintas filmadas en Inglaterra hacia mediados de la década pasada, me ha parecido un ejercicio de suprema inteligencia y muy buen gusto.
Alejado del colorido chillón del Danny Boyle de Trainspotting, o del payasín mediocre de Guy Ritchie (era lógico que terminara unido a la Madonna Ciconne de una u otra forma, claro), Crowley narra esta historia terrible con una soltura y una sencillez indescriptibles, dejando por sentado que no se necesita de artificios para ganar la atención del espectador; en este caso yo. La novela de Trigell es muy buena, lo repito. Alcancé a leerla en inglés hace tan solo un par de años, y les confieso que lo que fue capaz de hacer Crowley con el texto de marras ha sido sorprendente.
“Boy A” narra la historia de un joven (un muy convincente Andrew Garfield que ganaría el premio Bafta del 2008 por la interpretación de este Jack Burridge) que acaba de salir de una correccional, en donde estuvo durante varios años por un caso de asesinato en el que participó cuando era tan solo un niño. Con una identidad cambiada, intenta adaptarse a un nuevo mundo que no conoce, teniendo siempre como premisa hacer las cosas bien. Pero los fantasmas de su terrible pasado lo persiguen para negarle la posibilidad de redención.
Es en ese sentido la obra de James Crowley, les confieso, un disfrutable tour de forcé en dirección contraria, una fábula moral tristísima y desbordante de un soterrado, disimulado pesimismo, que pone zancadillas al espíritu revitalizador del nuevo ideario occidental, heredado de budas y gurúes orientales, portador a su vez de ese peculiar “buenismo” que suele acompañar a los hombres de kimonos y sotanas. Y tras la zancadilla, la caída, dejémoslo bien claro, que hay pocas cosas más reconfortantes y graciosas que atisbar a la moralidad correcta del neo orientalismo occidental desparratada sobre el vergonzoso légamo de la infamia. (Y es entonces que me termino el turrón de chocolate).
244. Rojas sobre Castro
“…análisis equilibrados de la larga trayectoria de Fidel Castro como jefe de Estado en Cuba…” nos dice Rafael Rojas, seguramente con gesto adusto y mirada solemne, mientras comenta en una columna publicada en su blog el tratamiento que ha dado la prensa a la muerte del dictador Fidel Castro, y yo me pregunto qué diablos ha querido decir exactamente nuestro reputadísimo ensayista e historiador con esa expresión relativista, desafortunada y procaz. A Castro no se le puede reflejar en tonos tenues, porque su propia existencia ha sido un decálogo de inflexiones estridentes y de modulaciones vocingleras. Aunque quizás sea cierto que le gustaba el arroz blanco desgranado con cola de langosta de las aguas del norte y salsa rosa adornada con caviar, todo muy trivial y muy humano, la realidad más absoluta y terrible es que Castro ha sido, sobre todas las cosas, un asesino consumado, un autócrata reaccionario y cruel, un déspota que ni siquiera ha poseído la decencia (o inteligencia) de legar algo de prosperidad o de mejoras en más de medio siglo. “Análisis equilibrados”, dice. Y es que la izquierda, cobarde y asustadiza, se comporta por igual en todas partes, a cada lado del espectro existencial cubano.
243. El chicharrón de carne
La importancia del chicharrón con carne es, a no dudarlo, superlativa. Sobre todo, por aquello de que nos ayuda a regenerar, de cierta forma, la fe perdida en el género humano y en la vida. El chicharrón con carne nos demuestra que allí donde parece que mora un imposible, hay espacio para la esperanza. ¿Cómo describir, sino, la emoción que nos embarga cuando entre las cuatro pepas de masa adiposa chicharronil, aparece, se asoma, nos amaga una veta de carnecita gratinada, luminosa y perfecta, y sobre todo deliciosa? He estado pensando en cuestiones tan profundas a propósito de las venideras fiestas de fin de año, mientras mastico uno de esos chicharrones colombianos que venden en el barrio de Westchester, en plena Coral Way, pasadito el Palmeto. ¡Me alegra constatar a diario que la filosofía se encuentra en todas partes! Amén por eso.
242
Estoy convencido de que los afanes de la izquierda por catalogar al fascismo y su hijo putativo, el nazismo, como representantes excelsos de la malévola derecha, responden a la intención explícita de dotar a sus rivales ideológicos de ‘gobiernos totalitarios’, ante la ausencia de ejemplos históricos que apunten en esa dirección. A diferencia de las dictaduras comunistas, como las de Europa Oriental, Cambodia, Norcorea y por supuesto Cuba, los gobiernos militares de derecha jamás han podido siquiera alcanzar la categoría de absolutos. Las dictaduras latinoamericanas, por ejemplo, de la cual la administración de Augusto Pinochet suele ser la más representativa, no traspasaron jamás la línea del simple gobierno autoritario, donde existía una prensa que podía ejercer la disidencia y partidos opositores que señalaban con el dedo las arbitrariedades de los regidores de turno.
El plebiscito que dejó fuera de la presidencia al propio Pinochet, quiero decirles, no fue más que un ejemplo de la propia presión ejercida en su contra por esas organizaciones opositoras, que se desarrollaron al amparo del gobierno militar. Pero a quienes pretenden ignorar los orígenes y la praxis del fascismo y nazismo, les digo que les resultará, de igual forma, muy difícil desprenderse de las realidades históricas que apuntan a la izquierda como la ideología vital de los verdugos.
241. Yo No Voto
Entre el “Yo Voto No” y el “Yo No Voto” no sólo la disimilitud filológica tiene peso. Se trata de dos posturas diferentes ante un desafío moral. No quiero decir acá que la farsa montada por el castrismo en relación con la firma de la “nueva constituyente” vaya a ser un fracaso, pues en una férrea dictadura la puntada siempre se da con hilo. No es eso. El castrismo aprobará con una “mayoría aplastante” ese Frankenstein legal que pretende la supervivencia del post fidelismo, y los pueblos del mundo se regocijarán con la “buena nueva” proveniente de la isla donde mora desde hace más de medio siglo la “victoriosa revolución” de Fidel, de eso no tengo dudas. Pero de lo que hablo es de ese posicionamiento ético que, a pesar de los estados de opinión que se venden a las lejanas geografías, revela la realidad del sentir de las víctimas del oprobioso régimen, que es el pueblo todo.
Simpatizo con el “Yo No Voto” que ha llevado adelante una organización como Estado de Sats, por razones obvias. Como proyecto político, el posicionamiento ideológico de Antonio G. Rodiles, Ailer Gonzalez Mena y demás colaboradores me parece el único rescatable para la previsible construcción de una Cuba futura. Y el sólo hecho de que el “Yo Voto No” vaya a engrosar las filas de votantes en los “colegios electorales” del castrismo (una imagen idílica, en términos estéticos, para la dictadura), ya de por sí me causa dudas y resquemores. Ante la tibieza cuasi cómplice de artistas “comprometidos”, ideólogos de la resaca de la social democracia criolla y disidentes de cartón, la firmeza de la abstención moral. De los males, el menor.
240. Discurso sobre la muerte
A propósito de las fiestas:
Nunca escuché un discurso sobre la muerte tan conciso y al mismo tiempo hermoso.
La muerte, cuando ronda cerca, siempre golpea nuestros sentidos y nos hace reflexionar sobre la naturaleza de los actos fútiles y sobre el verdadero peso e importancia de la existencia diaria.
Por eso la belleza de las palabras de Roy Batty (Rutger Hauer) al “Blade Runner” Deckard, allí en el borde del abismo, bajo la ácida lluvia californiana, a punto de fenecer entre el dolor y el olvido:
«He visto cosas que vosotros no podríais creer…
Naves de ataque ardiendo más allá de Orión…
He visto rayos C brillando cerca de la puerta de Tanhauser…
Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia… Es hora de morir».
239
Ezra Klein es para el nuevo pensamiento de izquierdas lo mismo que Ben Shapiro para la derecha. Entre Vox y The Daily Wire se define el futuro intelectual de todo el occidente.
238. The ballad of Buster Scruggs
Comprendo el entusiasmo por diseccionar a la Roma de Cuarón, pero en honor a la verdad, la muy subestimada “The ballad of Buster Scruggs” de los hermanos Coen, le da tubo y raya…
Meal Ticket… Un hombre que es solo cabeza y tronco recitando versos bíblicos, las Ozymandias de Shakespeare, el «The Gettysburg Address»… La ternura poética, cruel como el acíbar, entre los parajes agrestes de Montana…
The Gal Who Got Rattled es, probablemente, la obra maestra de los hermanos Coen en esa magnífica «The ballad of Buster Scruggs». Un homenaje al clasicismo de John Ford y sus larguísimas caravanas y aquellas cargas insolentes de los rapaces indios…
237
Luego de terminar con Flaubert y con Carpentier, mi padre ha echado mano nuevamente a García Márquez y se estrenará con Laura Hillenbrand. Al igual que Borges, el viejo es un lector hedónico, que lee por placer y no por moda.
236
Son los pequeños, minúsculos aconteceres de la vida, aquellos que suelen esconder los mayores horrores. La existencia, a veces, se trata de la validación de visiones como la de David Lynch, con esos liliputienses y cuasi fantasmales poblados atosigados por un mal mayor; mal que se entierra como los escarabajos de jardín, para luego aflorar cuando la pústula que contiene todo el hedor y el pus de lo que ha muerto, se rompe y drena. Broadchurch, tras haber visto temprano esta mañana su capítulo piloto, desanda esos caminos, los de Lumberton y el Lynch de marras, mientras la Isabella Rossellini entona aquel mítico Blue Velvet y el difunto Dennis Hopper se droga con aire comprimido.
(Escrito en el 2017. Por alguna razón, jamás terminé de ver la serie de marras)
235. Jodorowsky y Parra y Neruda
Jodorowsky, que siempre ha compartido ese espíritu semi pendenciero de un Parra o un Lafourcade, dice acerca de su último filme, «Poesía sin Fin»: «… es un poco contra Neruda. El era el buda, el Dios que tenía que bajar del Olimpo, mientras que Nicanor Parra era el hombre común, de la calle. Hasta sus iniciales son al revés: el poeta es P.N. y el antipoeta es N.P. Dios tiene sentido del humor».
234. Lester Berg
Lester Berg es el seudónimo de un desconocido escritor neoyorkino, hijo de emigrantes rusos, liberal él mismo, que narra en una columna publicada en la revista Quillete cómo el medio literario de la gran manzana ha capitalizado toda su ira colectiva hacia la figura del presidente Trump. Lo que nos cuenta Berg es una crónica de la corrupción y de la decadencia del espíritu. Los integrantes de la “nueva fe” han encontrado en la flamboyante personalidad del mandatario, según parece, un vehículo sobre el cual depositar el resultado oscuro y nauseabundo de todas sus miserias y fracasos. Nada inesperado si tenemos en cuenta que gran parte del alma de la intelectualidad occidental se sustenta sobre la envidia y el odio a sus semejantes.
233. El canon de los dictadores
Los dictadores también tienen su canon literario. O al menos un remedo. Daniel Kalder ha estado a cargo de estructurar alguna cosa parecida. Y como golpe terrible para el excepcionalismo cubano, nuestro tirano de marras, el colostomizado Castro, no aparece en la lista. El vejete malsano nunca escribió obra alguna; se dedicó a discursear, a crear pseudoliteratura dictatorial oral. Tampoco aquel ensayito jurídico que le escribió Mañach muestra su portada entre las obras elegidas. ¡Horror de horrores! Nuestro tirano modélico no pasa de ser uno más entre tantos…
232. El Charro de las Calaveras
El cine mexicano tiene su propio Ed Wood. Se llamó Alfredo Salazar. “El Charro de las Calaveras”, su debut como realizador, es una pequeña obra de culto. Para reírse a carcajadas (a pesar de las muy serias intenciones de Salazar), la pieza, dividida en tres, muestra la cruzada del Charro enmascarado en contra de diabólicas criaturas que asolan los campos mexicanos: el hombre lobo, el vampiro humano y el jinete sin cabeza. Salazar filmó muchísimas otras cosas, todas en la misma cuerda. Con suerte, podré conseguir algunas de ellas en el futuro.
231. Roma
Netflix acaba de estrenar hace tan sólo un par de días la última cinta de Alfonso Cuarón, “Roma”, que ha despertado debates enconados sobre lo que es o no buen cine. El hecho de que una pieza cualquiera cause polémica y discusión ya es cosa rescatable.
Cuarón, quizás el menos pretencioso de sus congéneres, apela a la narrativa de la cotidianidad (lo cual no es ningún descubrimiento, por cierto) para reafirmar aquella máxima de Borges que dice que el arte es alusión y no expresión. Por mediación de la entrañable Cleo, apela a la nostalgia que todos padecemos, la de la infancia ida, y entre episodios lacrimógenos y tele novelescos, repite lo que ha estado haciendo la cinematografía hispanoamericana desde la segunda mitad del siglo pasado: volver al mar como símbolo de redención.
En esta biopsia pasajera y mundana, se hace palpable la crónica culpabilidad de la clase media latinoamericana que a través del arte purga sus presuntos pecados. Cuarón no puede sustraerse de ello. Su pieza es un ejercicio auto inculpatorio y forzado, engalanado por una estética soberbia y por unas actuaciones memorables; una especie de cascarón vacío bellamente adornado… Nada que no hayamos atisbado desde aquella Little Princess con la que se diera a conocer al mundo.
230. Houellebecq sobre Trump
Michel Houellebecq ha publicado en la revista Harper’s una columna en la que, no sin antes desbarrar como todo buen francés y como todo buen intelectual en contra de los Estados Unidos (refrendando cada uno de los estamentos de Jean François Revel), termina atesorando la esperanza en la apoteosis de una administración trumpista que termine por debilitar aún más el papel predominante del “imperio” a nivel global. Houellebecq es un nostálgico de la grandeza gala. No duda en calificar a Donald Trump como un payaso, a la vez que alaba el pragmatismo empresarial del presidente y su capacidad para empujar agendas proteccionistas y aislacionistas. Houellebecq, él mismo un nacionalista y anti-comunitarista europeo, cree que Trump en materia de política exterior solo sigue los pasos de su antecesor Obama, y que en el manejo económico no está haciendo otra cosa que proteger los intereses de su país.
Estados Unidos es visualizado de una manera muy compleja, incluso, por los intelectuales más honestos de allende a los mares. El simplismo contenido en la propaganda política enarbolada por los diversos intereses ideológicos no suele promover el maniqueísmo en aquellos que, de manera desprejuiciada, intentan comprender la dinámica de la nación más poderosa del mundo. Pero, aun así, la mala interpretación, la opinión sesgada, el falso moralismo de los medios de comunicación, alguna mella causa. Una de las conclusiones de Houellebecq es un vívido ejemplo de todo esto que les digo. Ya ustedes sacarán sus propias conclusiones:
“En resumen, creo que Trump es uno de los mejores presidentes de Estados Unidos que se ha visto alguna vez. En el plano personal es, por supuesto, bastante repulsivo. Si se relacionaba con una estrella porno, eso no es un problema, qué importa, pero burlarse de las personas con discapacidad es un mal comportamiento. Con una agenda equivalente, un auténtico cristiano conservador habría sido mejor para los Estados Unidos. Pero eso tal vez podría ocurrir la próxima vez. En seis años, Ted Cruz seguirá siendo relativamente joven, y sin duda hay otros conservadores cristianos sobresalientes”.
229. La era de la catástrofe
Hay un término magnífico acuñado por algunos historiadores (y que Stefanos Geroulanos trae a colación) para denominar el período que abarcó la primera y la segunda guerra mundial. La “era de la catástrofe” es el vocablo. A veces la historia es una palabra, una frase, una definición. Y a ello se reduce la memoria de los hombres.
228. Bill Kristol rumia el fracaso
Weekly Standard fue una de esas revistas conservadoras que se sumó alegremente a la comparsa anti Trump, porque era fácil criticar a un presidente hiperbólico y lenguaraz, y porque sus editores pensaron que podrían beneficiarse de ese clima de caos antigubernamental que otros medios, de diferentes tendencia ideológicas, habían echado a rodar con denodado entusiasmo y cifras millonarias de dinero. Los cálculos fueron errados y ahora Bill Kristol rumia el fracaso de su proyecto periodístico. Lo inédito, como casi todo en estos tiempos, es la exteriorización de la alegría del presidente por el fallo, y la ira que tal cosa suele provocar en las huestes de la oposición. El “rest in peace” de Donald J Trump en el twitter de hace un rato le causará hemorroides a unos cuantos.