
El comunismo siempre ha gozado, en comparación al fascismo y al nazismo, de una prensa occidental complaciente. Sobre todo, tras la etapa de la post guerra, finalizada la segunda confrontación mundial. Dos de los factores causantes de esta relativización del mal dentro de la ideología comunista, quizás, durante el período de la post guerra, fueron en primer lugar el papel jugado por la Rusia soviética en la derrota del nazismo, y por otro lado el antiamericanismo, que era un reflejo del celo de la vieja Europa hacia la joven nación triunfante.
Estos dos factores (y seguramente muchos más) enmascararon el discurso que previo al comienzo de la guerra se había venido manejando, no de manera unánime ni entusiasta, pero que sí estaba presente en algunos círculos intelectuales de Europa y Norteamérica. Se hablaba en aquel entonces del carácter maligno del comunismo en sí. Aún se comentaba sobre los gulags estalinianos, sobre las purgas políticas del apparatik soviético y sobre los seis millones de muertos en Ucrania por la hambruna. Estos hechos factuales, lamentablemente, dejaron de utilizarse como un argumento moral en contra de los colectivismos. después de terminada la contienda.
Este twist en el discurso sobre los comunismos ha sido una razón importante de la sobrevivencia de la ideología y de la “finta” que Stalin y sus herederos a lo largo y ancho del mundo hicieron y han hecho a la condena mediática, al periodismo de opinión occidental y a sus pensadores y filósofos, más allá de las simpatías que puedan despertar esas aseveraciones sobre la utopía del igualitarismo y del falso rasero moral y anti biológico que nos coloca a todos como iguales en destrezas y conocimientos y ambiciones. La malignidad del comunismo, en fin, fue sustituida en la narrativa usual por los horrores del nazismo. Y esa es la épica que ha predominado desde entonces.
Pero nunca escasearán todos estos entusiastas de la historia que lo que hacen es ver solo documentales de la bbc de Londres para repetir las mismas falacias y las mismas boberías de que los colectivismos fascistas y nazistas eran de extrema derecha y toda esa palabrería insustancial, cuando la única realidad posible es el argumentar que el objetivo de la ideología de Hitler y de Mussolini (proveniente de los pioneros de la izquierda “anticomunista” como Gentile, Eckart e incluso el propio Rosenberg) consistía en establecer, sin dudas, el predominio del estado por encima de las vidas individuales.
Un pecado capital en el ejercicio de la lógica que utilizan todos estos que simpatizan con las ideas del comunitarismo social, es que ignoran a sabiendas el hecho de que las unanimidades atentan en contra de los individuos per se, convirtiéndose así en la apoteosis de la esclavitud de y por las masas.
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