Ese antitrumpismo exagerado, pomposo, denso, pseudo intelectual y sobre todo omnipresente (como el Dios del monoteísmo judeo-cristiano, lo encuentras en cualquier lugar y a cualquier hora) no puede ser otra cosa que un trastorno mental, una ilusión auto fabricada para tapar las saterías de la esposa con el vecino del barrio, la escasez de dinero, la obligación de llevar planchas postizas en la boca, que sé yo… Claro, también pude ser un medio de vida, como cierto anticastrismo/castrismo que floreció en el sur de la Florida en aquellos años en que la causa cubana aún generaba dividendos entre algunos pillos del exilio…
391.
La otra versión:
-Estimado, ¿pudiste atisbar la desidia del
impostado Müller y su execrable ayuda al deplorable e inculto Trump?
Alguna transacción oscura ha de haber concretado el delincuente en jefe.
-Ni lo traigas a colación, que estos bretones, más allá de la antinomia
que atesoran, son rígidos y no mutan, lo único que los motiva es la
autarquía del vil capital. De allí el cohecho deleznable.
-Lo intuyes bien, maestro. En el imperio jamás ha regido el bien honrado, sólo la relatividad del clinamen desproporcionado y vil. Me refiero a la desviación esbozada por los epicúreos, claro.
-Entiendo absolutamente tu precisión contingente. Hemos de notar que la
cosmología sajona carece de la rectitud y la sapiencia de las naciones
sencillas. Su noción de la distribución compasiva es etérea, difusa y
sobre todo volátil. Incapaces son de entregar con generosidad las
libaciones que se aglutinan entre sus posesiones.
-Pero tal
determinismo se deslizará irremediablemente hacia el más abyecto
descalabro. Ya atalayarás el advenimiento de frescos aires mutacionales
que propiciarán un futuro de equitatividad y justicia representados por
el compañero Sanders, ese abuelo justo y gentil. En los próximos
sufragios recuperaremos la esperanza.
-Sin dudas, estimado. El
pueblo norteamericano es tierno y noble en sus ideas y acciones. Sólo
los regímenes imperantes son receptáculos de nuestra duda y desprecio.
-Bueno, amigo, dejemos tanto exceso de contubernio y apliquémonos en el
ejercicio de nuestras fugaces responsabilidades. Reforcemos la faena
que adeuda de nuestros sacrificios y pasiones. Desterremos al fascista
que hoy usurpa el trono del gobierno y luchemos por un futuro más justo e
igualitario. Esperemos que los reaccionarios trumpistas-castristas sean
relegados a la impiedad de la derrota. Nosotros somos la esperanza. La
chusma derechista será cosa del pasado.
-Amén (Dios me libre del uso de esas horrendas frases cristianas, nuevamente)
390. Los embaucadores de la Matrix
Se intuía que The Matrix traería consigo una resaca pseudo filosófica. La obra de los hermanos (¿hermanas?) Wachowskis es una especie de revoltillo ontológico que promueve el facilismo intelectual entre aquellos (¡son muchos!) que, deseosos de ser aparentemente originales, se aprovechan de los incautos o se auto engañan a sí mismos en la creencia de que han descubierto el agua tibia.
De hecho, no existe mucha diferencia entre un L Ron Hubbart y cualquier otro timador que asegura que su verdad es la verdad, aunque esto presuponga la aceptación de computadoras extraterrestres parlantes o de cables succionadores conectados a la espalda como fuente primaria de ilusión. Es decir, no hay nada más valioso que la modestia intelectual, cosa no frecuente entre estos gurúes de la manipulación y la probable mentira.
Señores, nadie puede venir a asegurar, como si fuera dueño de los misterios ancestrales, que tal o más cual cosa es la realidad tras la realidad, con la soberbia típica de un Dios cualquiera. Los (¿las?) Wachowskis bebieron superficialmente de un montón de teorías y lecturas para lanzar una propuesta interesante, curiosa, inteligente sin dudas, pero ficticia en esencia (o al menos presumiblemente falsa pues nadie es dueño de una verdad absoluta), muy fácil de ser enarbolada como una nueva teoría o sistema de conocimientos por embaucadores que, al estilo de los líderes de las sectas más vulgares y comunes, pretenden vender una evidencia no comprobable, inexistente. No es lo mismo teorizar que asegurar, por cierto.
En los “guerreros” de la Matrix encontramos esas influencias contenidas en el filme que van desde Baudrillard a Kant, pasando por el buenismo de ciertas propuestas filosóficas orientales y el tarot. Como toda pseudo ciencia, tomársela en serio, sobre todo por quienes se han convertido en sus diseminadores vocales, no pasa de ser una patética falacia. ¡Por favor, no vendan mamoncillos como si fueran melones! La ridiculez abruma.
389. Hector and the search for happiness
Peter Chelsom es un realizador trivial. Y “Hector and the search for happiness”, a pesar de ser un proyecto pretencioso, termina transfigurándose en obra endeble, ingrávida, baladí. No es que la cinta sea un bodrio; atesora buenos momentos y cuenta con Rosamund Pike. Pero a la ñoñería sempiterna del guión y a la predictibilidad de la historia, no hay cosa alguna que la componga. Para una matiné dominical, tragos y demás chucherías incluidas, no está mal. Eso sí, no ose albergar esperanza alguna, pues saldrá más decepcionado que votante del partido Verde.
388. The Dirt
El biopic de Mötley Crüe, “The Dirt”, que acaba de salir en Netflix y que está basado en una biografía de la banda escrita por Neil Strauss, es mucho más entretenido, honesto y, sobre todo, menos pretencioso que “Bohemian Rapsody”. También tiene que ver el hecho de que, claro está, la banda Crüe siempre cargó encima el estigma de agrupación maldita, así que su inmensa incorrección política no nos molesta, no nos choca. Estamos preparados, por así decirlo, para el apocalipsis. Por otro lado, la pieza de Jeff Tremaine le da vuelta y media en eficacia narrativa a la peícula de Bryan Singer. Eso sí, prepárense para ser testigos de la banda más decadente de todas. Los Mötley eran un infierno en la tierra.
387.
-Acere, ¿tú te echajte el pléi ése de que el múle le tiró un cabo al decaráo e Trump, consojte?
-No me digas ná, bróde, que tó los yumas esto son lo mijmo con lo
mijmo, mi ámbia. Lo único que le jimpojta ejel guaniquiqui, nada del
amol por la patria. Ej coloráo le soltó una astilla al flaco y metió pa
chacalijmo.
-Tú loj sáe, yérica, que en el imperio no hay jujticia ni igualdá, que tó eso ejuna tulca, una guayaba, mi consoltico…
-No, bróde, una pila de dejcaráo ej lo que son,
mi cúmbila, esa gente no tiene sentimiento ni ná ni ná. Si tienen una
cajelagüe no la compajten con nadie, bróde, el egoísmo del imperio,
consojte
-Pero la bolá le va a salij machacá, acerine, pojque tú va a
vel que lojaire de cambio van a hacel que el abuelito ése, ej que
parece un cájcamo, que es socialista y buena gente cantidá va a ganal la
cosa esa que se hace cada cuatro año… ¿cómo ej que se llama la trova
esa? Eleccione, eso mijmo…
-Si bróde, ej pueblo americano ej bueno, ej gobielno imperialijta ejej malo…
-Bueno, mi consoltico, deja la trova que hay que seguir pinchando en el
comedero este de Ecuadol a vel si podemos sacal la astilla pal
pasapojte falso que hace el gojdo Mirabal, pa il echando pal yuma, mi
bróde..,
-Dale, dale, el mío… ¿a quién le toca en la cola, compañeroj…?
386. Bohemian Rapsody
“Bohemian Rapsody”, la pieza de Bryan Singer es prácticamente un bodrio. La historia no trae nada nuevo sobre la mesa, además de que se regodea en fatuidades que conocemos de memoria. ¿La actuación de Rami Malek? El pobre tipo no pudo ni por un segundo dejar de hacer muecas y de chupar la exagerada prótesis que le engancharon para simular los dientes de conejo de Mercury… ¡Amigos, no pierdan el tiempo!
Lo que más me ha molestado de “Bohemian Rapsody”, la cinta de Bryan Singer es la burda banalización de la historia musical de Queen. Las referencias a sus primeros tres trabajos discográficos son escasas, y luego el abrupto salto a At Night at Opera, donde se infiere que las influencias operáticas surgieron prácticamente de la nada, como un intento oportunista de Freddie Mercury por alcanzar fama y fortuna es la apoteosis de la desidia. Lo cierto es que Queen fue siempre una banda distinta (sobre todo en la primera mitad de la década de los setenta). En sus dos primeros discos el progressive rock y el hard británico dominaban la mayoría de los acordes. El aeris de ambos álbumes estaba impregnado de esa naturaleza fantástica, deudora de Tolkien, que regía buena parte de la escena musical británica y que también se reflejaba en lo hecho por otras bandas como Jethro Tull, Led Zeppelin y Pink Floyd. Pero específicamente en Queen II se puede constatar la presencia de un par de temas que pueden considerarse antecedentes directos de Bohemian Rapsody, la obra emblemática de la banda que saldría a la luz un año después. Hablo de White Queen, una pieza ambiciosa, contenedora de excelentes arreglos vocales y que cuenta la historia de un joven desadaptado que llora y se lamenta por la pérdida de un amor; y la otra pieza es The March Of The Black Queen, donde el uso simultáneo de dos diferentes compases desemboca, al igual que Bohemian, en una polirritmia simple posterior. El coro, conformado sobre una base operática, alterna con segmentos de bajo tono y explosiones semi acústicas.
En el tercer álbum Sheer Heart Attack, la banda londinense rompió con la etapa de experimentación anterior y terminó de delinear ese sonido elegante, operático y a veces suntuoso que se convertiría en su marca de fábrica. Si acaso un tema menor como “In the lap of the Gods”, mejor alineado con el proyecto previo, persiste aún con esa tendencia Progressive que tanto caracterizó a Queen II. El álbum arranca con “Brighton Rock”, un tema ambicioso, trepidante y rítmico, sostenido por el rapidísimo drum de Taylor y los riffs coloridos y vibrantes de la inconfundible guitarra de Brian May, quien lanza también innumerables solos, considerados por muchísimos críticos como de los mejores de la época. May, en esta canción, muestra su inmenso talento sin complejos.
“Killer Queen”, especie de vodevil rockero, sobrevivió compilaciones posteriores, convirtiéndose así en tema cardinal de la primera etapa del grupo. Se hace énfasis aquí en el trabajo de voces, asentadas nuevamente por la labor magistral de May. Es, sin dudas, “Killer Queen”, el primero de los temas reconocidos por los neófitos de la banda, junto a “Now I’m here”, rock puro y duro presente en esta misma placa. La joya del disco es, para mí, la cortísima, exquisitamente melódica y hermosa “Lily of the valley”, donde la voz de Mercury se desdobla en mil y un tonos, alcanzando alturas impensables. ¡Un verdadero alarde de armonía! ¡Un grito poderoso de la banda! La cara B, repleta de homenajes, es de lo más curioso producido por el grupo. Ahí tenemos a “Stone cold crazy”, un homenaje al rock and roll americano de los inicios, tema que trae reminiscencias del trabajo de otras bandas inglesas de la época (¡Sí, nuevamente Led Zeppelin!), lo que sirve para corroborar, por cierto, que en este estilo Robert Plant es mucho más efectivo que Freddy Mercury. La triada de homenajes se completa con “Misfire” una especie de funky setentero, y con “Bring back that Leroy Brown”, be bop de exquisita factura.
En resúmen, Queen ha sido mucho más que esa banda irrisoria de los inicios que Singer nos pinta en su pálida Bohemian Rapsody. El talento inmenso y el afán innovativo acompañaron a Mercury y compañia desde el primer acorde. At Night at the Opera es la continuidad de dichas inquietudes.
385.
De cómo se gestó Tlön, Uqbar y el Orbis Tertius.
“Adolfito, vos sabés que íbamos a hablar de esa novela”
“¿De esa en que el autor iba a trastocarlo todo para que se vieran las costuras?”
“Solo unos pocos, solo unos pocos lectores, ¿recordás?”
“Solo unos pocos se van a percatar. Habría que ser tontos”
“Bueno, pero llegáte, que te espera el espejo”
“Los espejos son monstruosos. Si tú mismo lo has dicho”
“¿Y eso qué importa?”
“Decíme ¿dónde siempre? ¿En la calle Gaona?”
“En Ramos Mejías”
“Los espejos y las cópulas son abominables. ¡Que no lo digo yo, Jorge Luis, eh! Que fue uno de los heresiarcas de Uqbar”
“¿De dónde lo sacaste?”
“De la anglo-american cyclopaedia. La he estado estudiando. ¡Te lo dije!”
“¡El capítulo de Uqbar! ¿Habrase visto?”
“Ese mismo, Jorge Luis”
“Andáte. Lo he estado revisando y aquí no hay nada. Uqbar es un fantasma”.
“¿Vos querés decir que te he mentido?”
“Que no lo digo yo. Es el atlas de Justus Perthes”
Adolfo colgó el teléfono negro y musitó entre dientes:
“Viejo de mierda”.
384. Spotlight
Las religiones institucionalizadas, amén de cualquier labranza espiritual, son sobre todo silos de poder que funcionan, como todo conglomerado humano que busca la perpetuación de pujanzas y poderíos, a la usanza de gobiernos y asociaciones. De allí el asentamiento de complicidades y de protecciones mutuas, en aras del “bien común”, ese término eufemístico que justifica la superioridad moral y la obtención de dividendos espirituales y materiales, y que termina acreditando “per se” la propia existencia de la fe.
Más allá de las vergonzosas alianzas con los poderes establecidos, el hecho que más ha lesionado la credibilidad de la potentada iglesia católica en la última centuria ha sido esa abyecta propensión de muchos de sus párrocos y guías anímicos al abuso sexual de los más jóvenes feligreses. Por regla general, las víctimas desandan los áridos parajes de la inseguridad familiar y del desamparo, ante los avatares de esta selva que es la vida. ¡Los lobos, aupados por la seguridad de las sotanas, saben escoger a sus damnificados!
Pues bien, a inicios de siglo un equipo de periodistas investigativos del Boston Herald procedió a lanzar una cruzada cuasi imposible en búsqueda de la verdad y la justicia, en plena estancia de la ciudad más romana (en términos incorpóreos) de toda la nación americana. Doscientos cuarenta y nueve curas pedófilos fueron desenmascarados y arrancados de las garras encubridoras de la autoridad cardenalicia. Tom McCarthy lo narra de manera brillante en Spotlight, la última cinta ganadora del Oscar. McCarthy entrega una pieza de engranaje perfecto, como maquinaria de relojería, aupada por un guión preciso hasta la exactitud y una encomiable labor de edición. Personajes concisos y diálogos afilados como Shibata Kotetsu le otorgan al filme un carácter superior. Spotlight es la apoteosis de McCarthy.
Por otra parte, sería delicioso atisbar al cuarto poder impeliendo, con entusiasmo incontenible, una lidia en pos de desnudar, por ejemplo, tal y como acaeció con el caso de marras, las penurias y la sordidez atesorada por políticos de esta administración en el ejercicio de sus funciones públicas y federales. El caso de la ex secretaria de Estado, estoy seguro, sería todo un poema.
383. Solace
Solace es una amalgama de pésimo gusto y horrible resultado. Asesinatos en serie bajo la sombra de Demme y Thomas Harris, estética pretenciosa y ¡violá! al mismo tiempo chapucera; para colmo de males, un Anthony Hopkins fuera de forma, tétrico remedo de aquel Hannibal Lecter que alguna vez amenazara con cambiar la manera de narrarse el cine. He de prometerles, con toda la solemnidad posible, que ante el primer avistamiento de un nuevo proyecto de Afonso Poyart, correré como si una manada de zombies de Nicotero me persiguiera con la saña de quienes quieren devorarte. He dicho.
382. Passengers
“Passengers” es una pieza interesante, porque toca con presteza un sinnúmero de preocupaciones sobre la existencia humana que, llegado el caso, podrían revelarse como trascendentes y vitales: la soledad ante el abismo inescrutable de la vida, el espíritu colectivista que a pesar de todo nos anima, el amor, el arrepentimiento, el miedo… Como metáfora de nuestras vidas, “Passengers” podría funcionar, pero donde el pulso de Morten Tyldum yerra es en ese falso espíritu heroico con que se trata de impregnar a la historia durante el trayecto de su último tercio. Resulta que el Hollywood “trascendente” se impone al sentido común de la mesura y el afecto. Jennifer Lawrence, por cierto, me sigue pareciendo una actriz soberbia, a pesar de encarar aquí a un personaje forzado por las inconsistencias del guión. De saber escoger sus proyectos con sabiduría y exponerse menos, hasta podría en una de esas hacernos olvidar a aquella magnífica y salvaje Ree salida de la pluma tremenda de Daniel Woodrell.
381. Antitrumpismo
El antitrumpismo histérico y beligerante sobrevivirá al trumpismo, porque es una derivación de un rasgo común que nos caracteriza: la intolerancia aristocrática, una variante del odio de clases tan bien ejecutado por las entelequias colectivistas. Subsiste un cierto afán linajudo en aquellos que blanden la espada del antitrumpismo irracional a todas horas, una propensión a intentar lograr un estado de inmanencia que se traduzca en superioridad intelectual y cognitiva a secas. Es una especie de “floreo” o de especulación pseudo docta, un alarde de literalidad forzada que le otorga la falsa sensación de sentirse arropado y seguro en una zona de idílico confort. Al final lo que logra el antitrumpista extremo es ser aún más intolerante y, ciertamente, menos inclusivo que su odiado antagonista. Se puede disentir de quién se quiera y cuando se quiera, pues es un derecho individual y, si se quiere, hasta fisiológico que nos asiste. Pero cuando describo al antitrumpista irracional me refiero a aquel que ha hecho de su existencia una barricada de “esforzada y denodada” lucha sin cuartel en contra de un enemigo idealizado.
Por cierto, la valoración de los gobiernos recae en un manojo de responsabilidades que contraen hacia sus representados. Responsabilidades básicas que tienen el objeto de asegurar el bienestar individual y la seguridad de derechos. Pues bien, ayer la administración norteamericana ha dado un paso gigante, algo no muy frecuente en casi cada rincón del mundo, en pos de garantizar la libre expresión y el ideal de libertad que cada sociedad occidental persigue, con la firma de un decreto que garantiza el ‘free speech’ en los campos universitarios. El antitrumpista obcecado y febril ni se dará por aludido. Pero la magnitud del hecho, pésele a quien le pese, nos sobrevivirá
380. Rafe ha dibujado el ciclo de la vida

379. Queen II
Queen II vio la luz en marzo de 1974, un año después de aquel magnifico debut de la banda londinense. Y esta nueva obra fue aun superior a su predecesora, revelando el talento singularísimo del grupo a lo largo de un disco donde el progressive rock y el hard británico dominaban la mayoría de los acordes.
La placa se trabajó sin sintetizadores, lo que resulta increíble si tenemos en cuenta el complejísimo universo sonoro logrado solamente a base de pistas de sonidos e instrumentos tradicionales. Queen II tuvo una buena acogida en Inglaterra y cimentó el novísimo prestigio del grupo entre la crítica especializada.
El aeris del álbum estaba impregnado de esa naturaleza fantástica, deudora de Tolkien, que dominaba buena parte de la escena musical británica y que también se reflejaba en lo hecho por otras bandas como Jethro Tull, Led Zeppelin y Pink Floyd. Los once temas que dan forma al disco parecen conformar una unidad temática, que se inicia con ese himno solemne introductorio, de naturaleza fúnebre, en la que Brian May regala una interpretación fastuosa (¿inspiradora del solo de Slash en November Rain?) por mediación de grabaciones en diferentes trackings.
Si hubiera que clasificar Queen II, quizás ubicarlo dentro del Progressive Rock seria lo más sensato. Repleto está el álbum de variaciones rítmicas, de riffs múltiples, de solos increíbles, de experimentos sonoros arriesgados y brillantes, injustamente olvidados hoy en día, aun por los admiradores de la banda.
Un dato interesante, que siempre me ha llamado la atención, es la presencia de un par de temas que pueden considerarse antecedentes directos de Bohemian Rapsody, la obra emblemática de la banda que saldría a la luz un año después en la placa A Night At The Opera. Hablo de White Queen, ambiciosa, con excelentes arreglos vocales y que cuenta la historia de un joven desadaptado que llora y se lamenta por amor. Hablo también de The March Of The Black Queen, donde el uso simultáneo de dos diferentes compases desembocan, al igual que Bohemian, en una polirritmia simple posterior. El coro, conformado sobre una base operática, alterna con segmentos de bajo tono y explosiones semi acústicas.
El disco, en general, está repleto de grandes temas. Father and Son, tema progresivo por excelencia, nos sorprende con esa brillante ruptura que precede a un oscurísimo solo de guitarra de May, grabado en multi tracker, para finalizar con un hermosísimo coro. Ogre Battle, de ritmo trepidante, con riffs guitarrísticos fascinantes, donde el bajo puro de Deacon y el drummer apoteósico de Taylor comienzan a generar un estilo y una marca. O Nevermore, un bello tema que descansa en el piano y en la voz de Mercury…
Y si algún tema es colorido y alegre y desbordante es The Fairy Feller’s Master-Stroke, donde el riff serpenteante y asombroso de la guitarra de May se junta con presteza al clavicordio, al piano, a las castañuelas, para revelarnos el afán innovador de un grupo que ya coqueteaba sin reservas con las influencias operáticas que marcarían su próximo futuro.
378. Whiplash
Whiplash es la historia de una doble venganza… musical. Y también una fábula acerca de la búsqueda de la perfección, aunque ello determine desandar los caminos del sadismo e, incluso, el masoquismo. El infligir dolor en busca de lo excelso. El convertirse en víctima en pos del magnífico esplendor. Al propio Damien Chazelle, director y escritor del filme, se le puede aplicar la máxima de pulcritud extrema. El propio Chazelle calza en ese molde de perfección y dolor. ¿Si no cómo calificar esa fotografía inmaculada, ese manejo de las luces y las sombras, esa fantástica edición?
Conozco el trabajo de J. K. Simmons desde los tiempos de “Oz”, aquel serial de HBO en los noventa. Aquí regresa a sus raíces adueñándose de la piel de un personaje inflexible y sin embargo vulnerable, peligroso y a la vez cuasi entrañable. Se necesita de una intensidad soberbia, de un talento fenomenal. Y Miles Teller aguanta el pulso y brilla al mismo tiempo. Su futuro es luminoso.
377. Busanhaeng
“Busanhaeng” (Train to Busan), una cinta de Sang-ho Yeon inspirada en su propio corto de animación “Seoul Station”, es una excelente obra que, amén de la lectura social que los críticos le han dado en cada una de sus críticas y revisiones, privilegia sobre todo, en mi opinión, el vínculo filial entre un padre y su hija, expuesto al horror inesperado de la supervivencia. Exhibida en la selección de filmes de medianoche del Festival de Cannes, esta narración, soberbia, impecable, irredenta, es un canto de amor en medio de la oscuridad y de la sinrazón, amén de una exquisita pieza de horror irredimible. Como toda obra “zombie”, invita a la contemplación de la naturaleza humana, en este caso sin atesorar pretensiones ligeras, con el pesado mazo del temor machacando cabezas y aletargando almas.
376.
Facebook se ha convertido en un mundo paralelo o, mejor aún, en un mundo dentro de otro mundo. Es una especie de heterotopía o “espace autre”, para utilizar el término creado por Michael Foucault, que cohabita cual especie de Neverland con esa otra realidad más irreal que es la vida misma. Es un matrix impregnado de conciencia, un espacio cenagoso y denso que atesora escrúpulos y remordimientos, moralidades y reparos.
Facebook es una heterotopía que reproduce los sitios reales de la vida, por así decirlo, de forma perfeccionada. Robert Rymarczuk ha hablado sobre esto. Facebook viene a constituirse en el reflejo más organizado y menos caótico del mundo en que vivimos.
El espejo es un lugar sin lugar, diría Foucault… Y está habitado por nosotros, los mediocres. (Y por algunos comemierdas también, claro).
375. After Life
Si, probablemente es cierto. Jesús era un judío que predicaba la probable llegada del apocalipsis por el abandono de la virtud. Es decir, era un judío devoto. Que sus seguidores hayan obtenido un triunfo imprevisto, el de la cruz de Roma, terminó provocando el fin del imperio. Y fin del imperio romano provocó, a su vez, un retroceso cultural de mil años, como todos sabemos. Es decir, de Pedro a Francisco las diferencias, en términos de virtud, no han sido muchas. Y, sin embargo, la fe es necesaria, imprescindible, para la sobrevivencia humana. Por eso soy muy cuidadoso cuando se critica a las religiones a “pepe cojones”. Más allá de lo execrable de las instituciones religiosas y de que la crítica al cristianismo es tan válida como cualquier otra cosa, también es interesante cuando reconocemos una intención ideológica o política tras el dedo acusador. Y algo de eso lo que vemos en “After Life”, la serie de Ricky Gervais que Netflix ha sacado. Sólo algo.
Pero, por otro lado, “After Life” es una serie disfrutable, cálida, repleta de pequeños detalles típicos de la subsistencia que la mayoría de las veces pasan desapercibidos. Sus personajes son divertidos, algo caricaturescos, pero entrañables al fin. Las callejuelas del poblado inglés se asemejan a las del Colón de nuestra infancia en aquellos veranos del 84. Es como si el sol se desparramara de igual forma por el encofrado de las vías. Y luego está esa declaración de Tony, el personaje principal, que en cierta forma es el resumen de la rutina que a todos nos alcanza, una rutina que no es otra cosa que la vida: “sólo quería regresar a casa cada noche y aprovechar todo el tiempo posible con Lucy”. Nuestras ambiciones casi siempre son esas, regresar al confort de lo que somos y dejar que el tiempo pase así, sin sobresaltos ni sorpresas
374. Family
Familia, de Louise Archambault, es una cinta hecha por mujeres, pero que rehúye de los tópicos comunes del feminismo y de la condescendencia del victimismo más banal. Ya ello es un logro por sí mismo. Narrada de manera directa y simple, sin subterfugios ni pretensiones elitistas, se constituye en un honesto testimonio acerca de lo disfuncional en par de relaciones entre madres e hijas. Ligeramente predecible en algunos de sus puntos cardinales, el filme se deja ver con complacencia, gracias sobre todo a las muy sólidas actuaciones de Sylvie Moreau y Macha Grenon.
373. Room

“Room” es una cinta sobre el dolor de la libertad y sobre el horror de
los encierros. Lenny Abrahamson así no los refrenda, adaptando cuasi con
majestuosidad un texto de Emma Donoghue que primero fue novela. El
animal humano se habitúa a las peores coincidencias, nos revelan ambos. Y
luego de la abstinencia del terror, puede el martirizado, incluso,
trastocarse en deudo de la consternación vivida. Hay mucha congoja en
ese asentimiento brutal.
Abrahamson es un buen narrador. Atesora
imaginación y astucia. Domina los elementos técnicos de su oficio. En
esta “Room”, si acaso, se le puede imputar una mediana liviandad en la
mantención de la historia una vez superada la mitad del metraje, pero
nada que demerite esta exquisita pieza, repleta de dolor y de esperanza.
Su pulso para navegar en las aguas turbulentas de la tensión y lo
imprevisto, es envidiable.
Brie Larson, que ganó el Oscar por su
interpretación de la madre sufrida y no rendida, se ubica en una cuerda
similar a lo que ya hizo antes en Short Term 12, por ejemplo. Talento le
sobra para sacar hacia adelante papeles oscuros y complejos. ¡Y lo hace
con gracia y economía de recursos! Que no detente la profundidad
histriónica de una Jodie Foster en su mejor momento, o la notoria
grandeza de una Jennifer Lawrence (para citar a una contemporánea) no
imperfecciona su faena. La Larson será grande si no desvía su rumbo,
como antes hicieron tantas otras.
Y Jacob Tremblay… ¿Qué decir de
Jacob Trembley, que ya no se haya comentado? Afirmar que está a la
altura de Abraham Attah, el mismo de “Beasts of no nation”, no sería
exagerado.