Las religiones institucionalizadas, amén de cualquier labranza espiritual, son sobre todo silos de poder que funcionan, como todo conglomerado humano que busca la perpetuación de pujanzas y poderíos, a la usanza de gobiernos y asociaciones. De allí el asentamiento de complicidades y de protecciones mutuas, en aras del “bien común”, ese término eufemístico que justifica la superioridad moral y la obtención de dividendos espirituales y materiales, y que termina acreditando “per se” la propia existencia de la fe.
Más allá de las vergonzosas alianzas con los poderes establecidos, el hecho que más ha lesionado la credibilidad de la potentada iglesia católica en la última centuria ha sido esa abyecta propensión de muchos de sus párrocos y guías anímicos al abuso sexual de los más jóvenes feligreses. Por regla general, las víctimas desandan los áridos parajes de la inseguridad familiar y del desamparo, ante los avatares de esta selva que es la vida. ¡Los lobos, aupados por la seguridad de las sotanas, saben escoger a sus damnificados!
Pues bien, a inicios de siglo un equipo de periodistas investigativos del Boston Herald procedió a lanzar una cruzada cuasi imposible en búsqueda de la verdad y la justicia, en plena estancia de la ciudad más romana (en términos incorpóreos) de toda la nación americana. Doscientos cuarenta y nueve curas pedófilos fueron desenmascarados y arrancados de las garras encubridoras de la autoridad cardenalicia. Tom McCarthy lo narra de manera brillante en Spotlight, la última cinta ganadora del Oscar. McCarthy entrega una pieza de engranaje perfecto, como maquinaria de relojería, aupada por un guión preciso hasta la exactitud y una encomiable labor de edición. Personajes concisos y diálogos afilados como Shibata Kotetsu le otorgan al filme un carácter superior. Spotlight es la apoteosis de McCarthy.
Por otra parte, sería delicioso atisbar al cuarto poder impeliendo, con entusiasmo incontenible, una lidia en pos de desnudar, por ejemplo, tal y como acaeció con el caso de marras, las penurias y la sordidez atesorada por políticos de esta administración en el ejercicio de sus funciones públicas y federales. El caso de la ex secretaria de Estado, estoy seguro, sería todo un poema.
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