De cómo se gestó Tlön, Uqbar y el Orbis Tertius.
“Adolfito, vos sabés que íbamos a hablar de esa novela”
“¿De esa en que el autor iba a trastocarlo todo para que se vieran las costuras?”
“Solo unos pocos, solo unos pocos lectores, ¿recordás?”
“Solo unos pocos se van a percatar. Habría que ser tontos”
“Bueno, pero llegáte, que te espera el espejo”
“Los espejos son monstruosos. Si tú mismo lo has dicho”
“¿Y eso qué importa?”
“Decíme ¿dónde siempre? ¿En la calle Gaona?”
“En Ramos Mejías”
“Los espejos y las cópulas son abominables. ¡Que no lo digo yo, Jorge Luis, eh! Que fue uno de los heresiarcas de Uqbar”
“¿De dónde lo sacaste?”
“De la anglo-american cyclopaedia. La he estado estudiando. ¡Te lo dije!”
“¡El capítulo de Uqbar! ¿Habrase visto?”
“Ese mismo, Jorge Luis”
“Andáte. Lo he estado revisando y aquí no hay nada. Uqbar es un fantasma”.
“¿Vos querés decir que te he mentido?”
“Que no lo digo yo. Es el atlas de Justus Perthes”
Adolfo colgó el teléfono negro y musitó entre dientes:
“Viejo de mierda”.
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