Se intuía que The Matrix traería consigo una resaca pseudo filosófica. La obra de los hermanos (¿hermanas?) Wachowskis es una especie de revoltillo ontológico que promueve el facilismo intelectual entre aquellos (¡son muchos!) que, deseosos de ser aparentemente originales, se aprovechan de los incautos o se auto engañan a sí mismos en la creencia de que han descubierto el agua tibia.
De hecho, no existe mucha diferencia entre un L Ron Hubbart y cualquier otro timador que asegura que su verdad es la verdad, aunque esto presuponga la aceptación de computadoras extraterrestres parlantes o de cables succionadores conectados a la espalda como fuente primaria de ilusión. Es decir, no hay nada más valioso que la modestia intelectual, cosa no frecuente entre estos gurúes de la manipulación y la probable mentira.
Señores, nadie puede venir a asegurar, como si fuera dueño de los misterios ancestrales, que tal o más cual cosa es la realidad tras la realidad, con la soberbia típica de un Dios cualquiera. Los (¿las?) Wachowskis bebieron superficialmente de un montón de teorías y lecturas para lanzar una propuesta interesante, curiosa, inteligente sin dudas, pero ficticia en esencia (o al menos presumiblemente falsa pues nadie es dueño de una verdad absoluta), muy fácil de ser enarbolada como una nueva teoría o sistema de conocimientos por embaucadores que, al estilo de los líderes de las sectas más vulgares y comunes, pretenden vender una evidencia no comprobable, inexistente. No es lo mismo teorizar que asegurar, por cierto.
En los “guerreros” de la Matrix encontramos esas influencias contenidas en el filme que van desde Baudrillard a Kant, pasando por el buenismo de ciertas propuestas filosóficas orientales y el tarot. Como toda pseudo ciencia, tomársela en serio, sobre todo por quienes se han convertido en sus diseminadores vocales, no pasa de ser una patética falacia. ¡Por favor, no vendan mamoncillos como si fueran melones! La ridiculez abruma.
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