372. Million Dollar Baby

Clint Eastwood es, y no tengo dudas acerca de esto, el realizador norteamericano más importante de los últimos treinta años. Ello se debe al espíritu que suele rondar sus obras más que a la perfección de su trabajo. La misma “Million Dollar Baby”, muestra ripios en la historia, y una velada manipulación sentimental que, sin embargo, no logra disminuir la belleza narrativa que la caracteriza.

Ya les había comentado alguna vez que un propósito persistente en el trabajo creativo de Clint Eastwood ha sido el de retratar la historia más común del norteamericano promedio a través de esa dualidad existencial, inseparable por demás, que es la redención como requisito previo o postrero de la muerte. Lo mismo ocurre, con matices, en el filme de marras, donde una extraordinaria Hillary Swank (Meryl Streep ni Meryl Streep) interpreta magistralmente a la corajuda y sin embargo desdichada Maggie Fitzgerald, mujer empecinada en triunfar a pesar de los imperativos que, como obstáculos gigantescos, se interponen en su camino. Tan estremecedor es el performance de Hillary Swank, que se queda marcado para siempre, como uno de esos tatuajes que se niegan a desaparecer a pesar de las planchas y del láser.

371. Isagoras

Los atenienses, airados, se rebelaron contra los abusos de Isagoras y terminaron por sacarlo del poder. Nunca una cosa así había sucedido. La griega fue la primera revolución de la historia, la madre de todas las revoluciones. Pues bien, que una revolución haya parido a la primera democracia ha alimentado, desde entonces, el mito de las revueltas sociales como generadoras de cosas buenas y estupendas. Y lo terrible es que no es cierto, pues muchas veces (demasiadas) los engendros de las revoluciones son monstruos horrendos y sanguinarios.

370. El síndrome de Alejandría

El rencor de los intelectuales hacia los hombres de ciencias y de acción, un tema que como saben explica en gran medida la dinámica ideológica del mundo moderno, no se circunscribe a las brillantes indagaciones de los chicos de la escuela de Chicago, a los ejecutores de la escuela austriaca ni a las explicaciones de Robert Nozick. No es un tema que se limite en términos históricos a los últimos doscientos años. Ello, a pesar de que en el capitalismo es donde este resentimiento ha tenido una verdadera lectura política.

Yo pienso que viene desde mucho antes. Lo he llamado “El síndrome de Alejandría”, pues desde el imperio de los Ptolomeos, ya lo sabios atisbaban de manera oblicua a los hacedores de cosas, a los científicos y maestros de las manualidades que recibían por aquel entonces el agasajo y el apoyo preferencial de los gobernantes. Claro está, los hacedores de cosas se trastocaron en negociantes y emprendedores y se liberaron de la protección del estado benefactor, mientras los artistas, intelectuales y hacedores de palabras ocupaban el espacio dejado por astrónomos, físicos y botánicos.

El síndrome de Alejandría viene a ser, entonces, como un pequeño código genético impregnado en la memoria histórica de los intelectuales que, como una causa biológica, se suma a la otra gran explicación etiológica de las envidias de hoy en día: la disputa por el poder.

368. The Disappearance of Madeleine McCann

The Disappearance of Madeleine McCann, el documental de Chris Smith que Netflix acaba de liberar hace tan sólo unas semanas, tiene el gran mérito de establecer el horrendo papel condenatorio jugado por la prensa inglesa y portuguesa durante la investigación del caso. Fue una especie de apoteosis del término ahora conocido como fake news. Un ex editor del Sun, Kelvin Mackenzie, utiliza un acervo muy curioso para denominar al periodismo. “Es un animal comercial”, dice. Responde a intereses muy particulares y su objetivo, la gran mayoría de las veces, es generar estados de opinión, aunque la verdad sea soslayada o tergiversada. Creer que porque leemos los diarios cada mañana o porque estamos al día con los diferentes servicios de streaming noticiosos nos convierte en individuos conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor, es una ilusión demasiado optimista del mundo que nos rodea. Somos peones demasiados insignificantes en un juego mayor, el de la vida.

367. Puyas

Las puyas entre intelectuales son como el tamal a la hoja.(En Facebook nos deleitamos a cada segundo) Las piñas literarias, estilísticas y hasta ideológicas, responden al entramado usual de la naturaleza humana. Y las envidias y los egos, pues bueno, eso… Ya desde los tiempos de Eurípides, han sido los literatos feroces alimañas incapaces de reconocer el mérito de sus colegas. Tuvo Aristóteles, casi un siglo después, que rescatar la figura de Eurípides de la indiferencia y la envidia de su tiempo. No olvidemos que posiblemente la primera gran bola literaria fue aquella que le adjudicaba al dramaturgo griego un rencor profundo por las mujeres y las artes. Moraleja: El talento más grande genera miradas oblicuas.

366. La revolución de Maidán

La revolución de Maidán es el más vívido ejemplo de la imposición de la justicia por el pueblo airado y molesto (encojonáo) en lo que llevamos de siglo. Es el proceso arquetípico de la ira popular en pos de un bien común. Si ya antes la revolución naranja había logrado decretar la inconstitucionalidad del proceso electoral que había elegido al pro ruso Victor Yanukovich como presidente de Ucrania, los sucesos comenzados y culminados en la plaza de Maidán unos años después terminaron por causar la huida del déspota, esta vez para siempre.

Más allá de las contradicciones inherentes a este levantamiento, que anteponía por un lado las ansias nacionalistas de la juventud ucraniana, nacida libre del yugo soviético, con la esperanza de un futuro mejor asociado al proceso de integración globalista de la comunidad europea (esto sería tema para otra trova ‘facebookiana’), lo cierto es que lo que decretó la caída del régimen cuasi autoritario (aún no alcanzaba a tanto) de Victor Yanukovich fue la fiereza ortodoxa-eslava de su pueblo; un pueblo furioso que no invocaba el pacifismo y que estaba dispuesto a matar y a morir ante las fuerzas regulares de la policía y las fuerzas especiales de la Berkut y los inescrupulosos mercenarios Titushkis. Un pueblo excepcional, de hecho.

Pues bien, ese pueblo ucraniano que se entrenó con veteranos del ejército para poder hacer frente a las fuerzas represoras, intentó en tres ocasiones diferentes la toma del palacio presidencial. Los intentos costaron la friolera de doscientos muertos y más de mil heridos. Ante una oposición apática y asustadiza, seguidora de reglas y mandatos, los sucesos de la calle Bedoya y de la plaza Marinsky, la ocupación y posterior quema del edificio de la administración estatal de Kiev, fueron definitorios y absolutos.

Bien le haría, salvando las distancias, a esa tibia oposición venezolana y a sus gentes tomar nota de lo acaecido en Ucrania, pues la violencia solo puede ser depuesta con violencia. Aquello del gandhismo como entelequia salvadora de las revoluciones no violentas no fue más que una ilusión transitoria acaecida en territorio del antiguo imperio británico y no en dominios del comunismo de izquierdas.

365.

Los intelectuales “progresistas” suelen acarrearse a sí mismos, como animales de manada, hacia las revoluciones triunfantes de izquierda. Sucedió cuando la revolución soviética y el “florecimiento” del arte ruso a inicios de los años veinte, un concepto histórico desmentido por Vitali Shentalinski, por cierto. Sucedió en la Cuba castrista de los sesenta, claro está. Los Debray, Collazos y Fuentes de esta vida han existido, de una u otra forma, siempre. Toda revolución de izquierdas trae consigo el oscurecimiento de la creación. Que los intelectuales europeos o latinoamericanos se nieguen a constatar lo evidente, ya es otra cosa.

Cuando Vitali Shentalinski explica el falso auge de la cultura revolucionaria en la ex URSS, achaca a Occidente la responsabilidad de que tal mito se expandiera. “No creo que el florecimiento de los años veinte fuera tal. En esa época ya hubo persecuciones y eso que se ha llamado la edad de plata de la poesía rusa es en realidad anterior a la Revolución. Otra cosa es que las vanguardias de izquierdas y los futuristas sí tuvieran un buen momento en esos años. Pero en realidad se debe a una acumulación en el tiempo de artistas que se habían formado en los años anteriores”.

Todavía es común encontrarnos a intelectuales cubanos, no ya pensadores orgánicos marxistas de la dictadura, sino presuntos creadores libres que habitan en el exilio, afirmar con convicción que antes (e incluso después) del affaire Padilla la cultura criolla iba por buen trecho y que en un final de cuentas el legado del arte y la literatura revolucionarias sobrevivirán al horror. Pero los paralelismos históricos están ahí para enseñarnos más de cuatro cosas. Entre la URSS de Lenin y Stalin y la Cuba de Castro las semejanzas son insoslayables. Es cuestión de sacar nuestras propias conclusiones.

364.

Mañach en su Crisis de la Alta Cultura, tuvo la agudeza de captar un complejo muy criollo entre pensadores, filósofos y literatos: el temor a ser identificados como “intelectuales”. No hay, me atrevería a decir, mayor ‘mentada de madre’ a un poetucho local, un cuentista, un novelista, un hacedor de ensayos, que ese de llamarle “intelectual”. Mañach decía:

“Hasta hombres educados hallaréis que protestan contra la denominación de “intelectual”, como si el así llamado pretendiese formar casta aparte, como si ese vocablo no fuese una simple denotación genérica, empleada para mayor comodidad al referirse a cualquiera que milite, como director o como sencillo obrero, en la causa de la cultura”.

363. Trumbo

“Trumbo” no solo es una historia enfadosa y molesta, sino que atesora un propósito manipulador y político, que lastra todo el resultado del filme. Pero, aun así, es remarcable la presencia de Bryan Cranston, actor dúctil y sólido donde los hallan. La elección de Jay Roach, un especialista en comedias, fue una idea desacertada de los productores. El hombre, aunque intenta dotar de matices a la historia, termina entregando una pieza lineal y dura como el acero, donde los “buenos” son buenos y los “malos”, malos.
Si hace tiempo usted superó el romanticismo hipócrita e idiota de los colectivismos ideológicos, le recomiendo que no vea este film. De hacerlo, se sentirá en medio de una reunión de camaradas que apoyan a la campaña del bueno de Bernie Sanders.

362.

Estoy tratando de terminar un libro que contendrá unas cuantas decenas de mini ensayos cinematográficos (pequeñas reseñas, en realidad), donde utilizo, como siempre, la justificación de un filme para filosofar un poco y para hablar de historia y de política y de gustos literarios y otras nimiedades afines. Espero que, si algún día se publica, puedan leerlo y disfrutarlo.
Lo de autopublicar nuestra obra no debe de ser ninguna vergüenza. ¡Si lo hicieron Borges y Lezama, qué quedará para nosotros! (Todos lo hacemos, excepto el genio de Padura. Es ironía, por si acaso) Sólo espero poderlo sacar, si es que al fin se concreta el esfuerzo, en una pequeña, modesta y honesta editorial que rehúya al establishment de la literatura criolla del exilio, esa que sigue operando bajo las rígidas normas del ministerio de cultura castrista, y a los otros establishments que se han ido conformando a partir de rechazos y rechazos y rechazos. Yo siempre pretenderé ser la última carta de la baraja, la más desechable, por supuesto.

361. “Cuba, el problema y su solución”

Abundan los filosofastros en el tema cubano. Y si de honestidad se trata, siempre debemos de privilegiar a los escépticos sobre los positivistas. Debido a ello es que “Cuba, el problema y su solución” no es un ensayo más dentro del espectro de esa especie de sub género en que se ha convertido el pensar a la isla. Es un ensayo diferente.

Es cierto, es común que casi toda obra enmarcada dentro del tema criollo se caracterice por adormecer los sentidos, a la usanza de la filosofía alemana que tanto denostó nuestro estimado Nietzsche. Forma parte incluso, muchas veces, de esa propensión tan nacionalista de justificar o incluso defender a los culpables. Nuestro pesado legado de social democracia se disfraza de manera agradable aún en estos tiempos, más de medio siglo después de la instauración del horror, y arremete en la defensa del fatalismo de los débiles, vendiéndose a sí misma como la religión de los sufridos y dolientes.

No encontraremos ese tipo de condescendencia en “Cuba, el problema y su solución”. Todo lo contrario. Es esta una obra que apela al individualismo y a la voluntad de poder. Es este un ensayo nietzscheano en gran medida.

«El libro se divide en tres partes, en tres búsquedas de la verdad, para ser precisos. Su esfuerzo epistemológico es notable. Parte el historiador Enrique Collazo enarbolando una brillante tesis: el castrismo es una réplica de la España conquistadora. El totalitarismo implantado en la isla fue una sustitución del espíritu catolicista de la conquista. ¿Cómo poder sustraernos a tan vibrante postulado? Para Collazo, el anti modernismo social de la Cuba republicana y la herencia del discurso anti capitalista fueron productos de la herencia española.

El “descubrimiento” y la explotación de las tierras de América produjo la militarización de España y el “ennoblecimiento” de la sociedad, en detrimento del desarrollo de la economía y de la producción agrícola. Los cuarteles se impusieron a la guadaña y al machete. Collazo sitúa allí, precisamente, el germen de la “larga siesta española”. La península, afirma, determinaría el carácter político de las Américas. Y añade a ello la influencia del catolicismo hispano, que se encargó de nutrir a las nacientes sociedades de un paternalismo a ultranza donde en vez de responsabilidad se inculcaba obediencia.

Dice el historiador que en América, España realizó su “ideal imperecedero” de edificar una sociedad a imagen y semejanza de las misiones jesuitas. Y lanza aquí la genial tesis de que el llamado “Período Especial” en Cuba no fue más que una reproducción del esquema jesuita que Castro aprendió durante sus años de estudio en el Colegio de Belén».

En el segundo acápite de “Cuba: el problema y su solución”, el antropólogo Ángel Velázquez Callejas vuelca su espíritu iconoclasta sobre la problemática criolla, legando un ensayo brillante, osado e implacable, que termina por redondear esa categorización de maestro cubiche de la sospecha, que tanto se merece.

Callejas plantea en un inicio la inconsistencia del concepto de libertad orgánica que algunos tratan de asociar al discurrir histórico de la isla. Y desmiembra el concepto de identidad criolla con precisión quirúrgica: el mesianismo histórico, el colectivismo perpetuo y las revoluciones sin fin han sido el leit motiv de la existencia política cubana.

Y va más allá (o más acá) y afirma que la supervivencia de un régimen como el castrismo se debe a que su cotidianidad cultural es idéntica a la de la oposición, a la del anticastrismo. Ambos espectros, según Callejas, comparten igual sustrato religioso, iguales ansias nacionalistas, iguales ambiciones históricas y folclóricas.

El castrismo se extiende, también, más allá de los límites imaginables a consecuencia de que al igual que sus adversarios, vive entre dos inexistencias, el pasado y el futuro. Vive de la tradición cultural arraigada en la mentalidad colectiva del isleño. Callejas, en fin, sitúa a la Cuba de hoy en día en un escenario post comunista, donde todos los discursos y gestos validan y hacen tolerables el acontecer de esa nueva realidad.

«“Cuba, el problema y su solución” cierra con un ensayo luminoso y futurista, en cierta forma ucrónico, del pensador Armando Añel. Cuando leo los trabajos de Añel, lo confieso, suelo experimentar una especie de sensación atemporal que me coloca en medio de verdes islotes semejantes a los aparecidos en los juegos electrónicos de Súper Mario. Es una especie de versión verde limón de The Matrix, que cuando se asocia al tema de Cuba y el libertarismo (temas recurrentes en la obra de escritor) se torna de un púrpura intenso. ¿Cómo explicarlo?

El pensamiento de Añel es globalizado y liberal, en el sentido europeo del término. Su accionar intelectual es muy cercano a los postulados de Locke y es por ello que ante la realidad de una nación fallida, impone el optimismo cibernético (o quizás sea más certero decir “probabilismo”). Para Añel la libertad de la nación habita en cada hombre, en cada ser. La soberanía es un acto individual y no de colectivos. Si el isleño no comprende la importancia de este postulado, podría aventurarse a repetir el fallo de la cubanidad, nos dice.

Hay aquí una certerísima crítica en contra de la excepcionalidad criolla, cosa que se respira a lo largo de todo el libro. “Cuba: el problema y su solución” obliga a poner los pies sobre la tierra a nacionalistas y a sofistas, a comunistas y a “gusanos”. Una obra necesaria, sin dudas, en el proyecto intelectual de imaginar y crear una nueva Cuba tras los avatares del castrismo, una Cuba post nacional que resurja de sus cenizas fuera del alcance de los dañinos territorialismos y nacionalismos».

360. Short Term

Short Term 12 arrasó en los festivales independientes hace un par de años atrás. Por esa razón, y por la presencia de la recién oscareada Brie Larson, fue que decidí abordarla, cargando encima un cierto número de lógicas expectativas. El principal mérito del realizador hawaiano Destin Daniel Cretton, de quien no conocía su escaso trabajo previo, radica en la intención de indagar, sin sobresaltos, en las miserias que cargamos. Pero su esfuerzo es vano. La historia es floja, algo sensiblera en ocasiones, preñada de lugares comunes. Una cámara incisiva y ampulosa no ayuda a reforzar el carácter dramático de la narración. Brie Larson comedida, en un papel que es un monumento a lo obvio, muestra destellos de su calidad histriónica y poco más. Así que, resumiendo, una pieza sobrevalorada y ñoña, a pesar de la naturaleza oscura que la anima. Evítenla si no quieren sufrir un desengaño.

359.

El castrismo aspiraba a edificar una Corea del Norte caribeña. Sólo alcanzó, debido a la parvedad de material, para un bayucito tropical. Escaseó la adustez sombría y se impuso la alegría reaccionaria de la chusma. A los afanes melodramáticos del fanatismo oriental, el patético jolgorio de la tribu isleña. A la fría ejecución a cañonazos de Hyon Yong-Chol, el fusilamiento de un Ochoa que murió diciendo “Pinga, yo creo en la revolución”. Al horror de los Kim, el horror de los Castro.

356. Being Napoleon

Napoleón, el último gran macho alfa de la cultura francesa, aún sigue despertando pasiones, al extremo que la recreación anual que se realiza en Bélgica de la famosa batalla de Waterloo utiliza al gran emperador derrotado como el mesías de la historia. Being Napoleon, un documental de Jesse Handsher y Olivier Roland, recoge la pequeña odisea de aquellos que con un amor infinito por la historia (además de ciertos sentimientos europeístas que nos pueden parecen exacerbados, incluso) se calzan el uniforme de la infantería francesa para librar una batalla en la que salen derrotados de manera perpetua, durante la friolera de dos siglos. En Netflix…

355. Dr Zhivago

Boris Pasternak pertenecía a aquellos que aún creían en el poder sublime de la poesía. Pertenecía a una raza que se ha extinguido con el nuevo siglo. La poesía, en realidad, no ha sido más que un esplendoroso adorno de la historia. El propio doctor Yuri Zhivago apenas si pudo sobrevivir la soledad y la desidia. Entonces… ¿dónde radica el poder de la poesía? La poesía, hemos de decirlo, no cambia el rumbo de los grandes aconteceres del decursar de los hombres, pero al menos es una expresión de la belleza que intuimos, la más clara muestra, quizás, de que las doctrinas socráticas aún podrían atesorar un minúsculo grado de validez.

354. Harakiri

Una mínima cosa sobre Harakiri, esa pieza hermosa y brutal de Kobayashi:

Harakiri es una de las cintas más emotivas e inteligentes que alguna vez he visto. La estructura de la historia, el manejo de los personajes, los recursos técnicos utilizados por ese genio (subvalorado a veces) que fue Masaki Kobayashi, le conceden un sabor especial que, en mi opinión, la elevan al Olimpo de las grandes obras de arte. Mirar Harakiri es como deleitarse con un fresco magistral pintado por un artista sagaz y talentoso, o como disfrutar un poema extraordinario. Y es que sí, Kobayashi es un poeta triste y brutal que, amparado en los códigos morales sobre la muerte que la cultura japonesa (y específicamente el carácter samurái) proponen, recita esta cantiga de amor, muerte y venganza como quien fabrica una cosa hermosa con el menor de los esfuerzos.

353. Contact

Una obra como “Contact” podría pecar, en los tiempos que corren, de tradicionalista y reaccionaria. Ello, a pesar de no ser propiamente un ejercicio de fe, sino más bien una aproximación muy sobria a eso que llamamos agnosticismo teísta. Pero ya sabemos de la pata que cojea el Hollywood del nuevo siglo. La novela de Carl Sagan, ejemplarmente “traducida” por Robert Zemeckis, un hacedor de grandes obras y monumentales producciones, indaga en los misterios insondables que abordan el cuestionamiento socrático acerca de quién diablos somos, de dónde provenimos, de cuál es nuestro papel en la existencia.

La respuesta de Sagan (y Zemeckis) es una especie de anti positivismo, he de decir, que no hace más que reforzar la tradición “zemeckiana” del ensalzamiento del arquetipo del héroe americano, lo cual podría convertirlo automáticamente, a los ojos de muchos, en el ejemplo “deplorable” del creador conservador. La pieza, no está de más decirlo, atesora el invaluable plus de contar con una Jodie Foster justo al filo del comienzo de su declive, junto a un entonces prometedor Mathew McConaughey y dos monstruos de la actuación como los veteranos Tom Skerritt y John Hurt. Y como siempre me gusta recomendar los trabajos de Zemeckis, debido a que se me antojan honestos y aprovechables, pues desde ya los animo a que corran a ver este filme si es que aún no lo han hecho. “Contact”, por cierto, a pesar de haber sido subvalorada por la crítica en general, me parece uno de sus ejercicios (hablamos de Zemeckis, claro) más vitales y honestos.