Cuando Alan Parker se decidió a reescribir el guión de la novela Falling Angel que el propio William Hjortsberg había preparado antes para la Paramaount, fue entonces que su carrera como realizador alcanzaría una dimensión distinta (la posterior Mississippi Burning así lo corrobora).
Al sacar a la historia de New York y llevarla en su segunda mitad a la salvaje y sureña población de New Orleans, al pasear a su Harry Angel por los desvencijados y musicales barrios de la ciudad mientras atisba a la muerte vestida de negro y de mujer, añadiendo todo el contenido del sincretismo religioso afrocaribeño, con muñecas vudú, patas de gallinas muertas amarradas con cordeles rojos y ceremonias bembé donde la sangre de los animales se esparce sobre las blancas ropas de las jovencitas que bailan en éxtasis al ritmo de los tambores satánicos, lograría entonces enrumbar la narración hacia el nirvana de las obras sagradas.
No exagero, “Angel Heart” roza la maestría y, sobre todo, ha logrado el escaso milagro de perdurar en el tiempo sin envejecer un ápice. La cinta, que veo religiosamente cada un par de años desde que Antonio Mazon Robeau la pasara a inicios de los noventa por el espacio de Toma Uno del canal 6 cubano, atesora una de las mejores actuaciones de la historia del cine. El Harry Angel de Mickey Rourke está a la altura del Vito Corleone de Marlon Brando, qué duda cabe.
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