La única forma de que un déspota asesino como Nicolás Maduro abandone el poder es por medio de la más terrible de las violencias. Y en Venezuela esa violencia solo puede ser ejercitada por las fuerzas militares. Si los generales, capitanes y soldados no se vuelcan hacia los cuarteles en busca de armas con qué ultimar a los verdugos, entonces nada cambiará. Juan Guaidó está dando hoy muestras de ser un hombre valiente y, probablemente desesperado, al constatar como las horas y los días y las semanas y los meses pasan y el mundo les vira las espaldas (recordemos la traición del grupo de Lima, esa repugnante institución de burócratas “antimperialistas”). Si se repite el fiasco del 23 de febrero, lo cual es previsible, entonces será el fin de Guaidó y de la esperanza en Venezuela.
La instauración de una dictadura totalitaria al estilo del castrismo está a la vuelta de la esquina. Lo que a todas luces parece un acto de inmolación de Guaidó debería recibir el espaldarazo del “mundo libre”. De lo contrario en un par de días estaremos refiriéndonos, por fin, al presidente designado como un oscuro y pesaroso héroe que fue abandonado a su propia suerte…
Pd: El rechazar en repetidas ocasión una probable intervención extranjera no ha ayudado a la causa de la libertad de Venezuela, digámoslo también…
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