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Las ideologías, a contrapelo de los discursos de moda que afirman lo contrario, sí importan. Los términos de derecha e izquierda son absolutamente válidos, siempre que se tome la ascendencia sobre el gobierno, como referente central. Quienes no somos absolutos somos los hombres. Los credos se basan, sobre todo, en la interrelación que tengamos sobre el gobierno que nos rige, y en la visión que poseamos sobre ello. Todo estatista es de izquierdas, aunque sea nacionalista y promueva el libre comercio, por ejemplo. Aquellos que apostamos por las libertades individuales en detrimento de un gran gobierno, somos considerados de derechas. En ello radica la definición central de las tendencias políticas.
¿Existen matices? Por supuesto. ¿Es difícil catalogar la tendencia política de alguien? No, a pesar de esos propios matices. Se puede ser un demócrata verdadero, siendo de izquierdas o de derechas, pues el maniqueísmo en este tema no existe. Pero la izquierda posee más propensión a la aceptación de totalitarismos, por aquello del Estado como regidor de la vida de los hombres, en detrimento de sus libertades individuales. El libertarismo o liberalismo clásico a la usanza de Locke, es la verdadera derecha, según veo.
Alguien pregunta si el nazismo y el fascismo eran de izquierdas. Y yo le respondo que sí. Son de izquierdas, absolutamente. Mussolini era un miembro destacado del partido comunista italiano. Fue dirigente partidista y creador de prensa roja. El primer manifiesto fascista es toda una loa a la política bolchevique de Lenin, donde se exigían entre otras cosas el establecimiento de un salario mínimo, jornada laboral de ocho horas, voto femenino, participación de obreros en la dirección de las industrias, nacionalización de empresas extranjeras y confiscación de bienes religiosos. Y el nacional socialismo no fue otra cosa que el paritorio del fascismo.
Pero aparte de todas esas cosas, la propia estructura política que establecieron tanto el fascismo como el nazismo, respondían a la máxima de otorgarle poder al Estado en detrimento de las libertades individuales. Claro, todo ello enmascarado por un feroz nacionalismo. Es cierto que la prensa y los círculos intelectuales de la época establecieron una premisa que perdura hoy en día: Fascismo y nazismo son filosofías de derecha, imperialistas, anticomunistas… pero no lo eran. Se aliaban en contra de un enemigo común, la URRS. Es cosa sabida que la prensa no establece parámetros ni conceptos ideológicos. Los refleja. La segunda guerra mundial no fue una contienda entre comunistas y anticomunistas, pues de lo contrario la alianza soviética – norteamericana jamás se hubiera dado. La segunda guerra mundial fue una contienda territorial. Hitler entendía que la gigante y estatista URSS significaba un peligro inmenso a sus aspiraciones de conquistar Europa. Y, sin embargo, ello no evitó que, al inicio, previo a la invasión de Polonia se erigiera el pacto Hitler – Stalin.
Negar la existencia de la derecha y de la izquierda es un ejercicio cómodo, incluso válido, pero estéril, porque intenta dejar en la orfandad a las ideologías, que son las que al fin y al cabo reflejan las intenciones de los hombres.

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Netflix se ha convertido en el reflejo de cómo la izquierda ha capitalizado su dominio mediático en todas las esferas del arte y de la propaganda. Es cierto, el conservadurismo ha sido desplazado. Si en los ochenta un Sammy Hagar filmaba videos donde combatía y derrotaba a musulmanes y comunistas con el poder de su guitarra, ahora la corrección política se ha convertido en la tiranía que nos amordaza y amenaza nuestras libertades. Por eso, por lo escaso que cada vez resulta encontrar obras descontaminadas, es que les recomiendo con cierta precaución un par de series que, al menos de manera frontal, no le hace el coro a los reaccionarios de izquierda que hoy controlan todo lo que se dice y se produce en Hollywood y sus sucursales. “The Walking Dead”, season 9, más allá de todas las concesiones al muticulturalismo que propensa, recupera el pulso de un discurso existencial profundo que había brillado por su ausencia en los últimos años. Los zombies han recuperado el protagonismo de la historia, causando que nuevamente le temamos, que es igual que temerle a la muerte. También retorna la serie a las disquisiciones existenciales que caracterizaron sus cinco primeras temporadas. Veremos cuánto dura. “The Spy”, una serie basada en la vida del legendario Eli Cohen, escrita por el muy hábil artesano israelí Gideon Raff, el mismo que imaginó la magnífica “Homeland” de las primeras tres temporadas (luego se convertiría en un canto de amor a la corrección obamística), aborda con prestancia y seriedad la etapa de la preguerra de los cien días, a pesar de algunos amagues de crítica racial muy a comienzos del primer capítulo.