Lo más cercano a la primigenia naturaleza humana, al tronco común del cual descendemos, a ese territorio inicial despojado de las capas civilizatorias que nos hemos construido a nosotros mismos, es el reflejo de los hombres arrastrándose por la prisión, cualquiera que esta sea. Y aún dentro de las fronteras de tan miserable espectáculo, el del encierro y la violencia, podemos intuir hasta qué punto hemos logrado escalar y separarnos del animal que somos. Una cárcel en la región de Danli, Honduras, caótica, anárquica, con asesinos que cortan patatas con navajas afiladas, dista mucho de la sobria y rígida prisión de Piotrkow, donde los guardias eslavos controlan con puño de hierro cualquier vestigio de conato. Diferencias culturales. En una los prisioneros mandan, y en la otra es el carcelero quien impone la ley. Pero nada comparado al horrendo y brutal sistema carcelario del condado Dade, donde el predominio racial ha terminado por imponer sus propias reglas, lastrando la más mínima posibilidad de sentido común. En las celdas colectivas de los correccionales de Miami, si no batallas te roban los zapatos y te violan el trasero.
En un tema tan vital y apasionante como este, les recomiendo los trabajos investigativos del irlandés Paul Connolly (Inside the world’s toughest prison) y del inglés Louis Theroux (Miami mega jail). Los ayudarán a entender qué es lo que realmente somos.
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