La relación de Kevin Garvey y Nora Durst es, quizás, la mayor historia de amor contada en lo que va de siglo. Pocas cosas más emotivas e insólitas y tristes y alegres y desgarradoras e incluso trascendentes, que este pedazo de fábula de Tom Perrota. Carrie Coon es, les digo, probablemente la mejor actriz viva de hoy en día…

Lo más importante, considero, que debe encontrarse en una pieza cinematográfica cualquiera, es una historia sólida que traiga consigo momentos memorables. Si una determinada obra logra quitarte el aliento y emocionarte hasta el dolor, entonces ha valido la pena.
La tercera y última temporada de The Leftovers es una master piece, así de simple. Si logras sobrevivir al desvarío de la temporada previa, te lo agradecerás a ti mismo, porque acá encontrarás todas las preguntas… y, quizás, hasta algunas respuestas.
Acércate si quieres emocionarte hasta lo indecible. Sé testigo de la tristeza y la alegría de esta metáfora permanente sobre lo que probablemente somos, del talento inacabable de Justin Theroux y Carrie Coon (la mejor actriz viva, ya se los había comentado), revélate ante la falsedad del misticismo compasivo y descubre que el misterio de la vida siempre nos sobrepasará. Ya tendrás tiempo de agradecerme.
Si yo fuera un viejo decrépito y solitario me mudaría a ese minúsculo pueblecito australiano en medio de la nada en el que Nora Durst se reencontró con Kevin Garvey tras tantos años de ausencia y de dolor. Sería la corroboración de que los que estamos aquí perdemos a unos cuantos, pero los que están allá, pierden a todos. Es un mundo de huérfanos…
Y heme aquí, viviendo por segunda vez el duelo terrible de haber perdido yo a The Leftovers.
Mientras, una cabra se lleva los pecados de todos en su cuello a las malezas y al campo florido y a las montañas verdes. Y las palomas se posan sobre el cielo raso del portal…
Me has animado a verla. Gracias.
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