Los inmensos y áridos campos grises de Víctor Erice en “El Espíritu de la Colmena”, son como los recuerdos que guardamos, como los vestigios de lo que ha sido vivir. Se impuso en la cinematografía del post franquismo el espíritu melancólico del hispano, con sus niños y fantasmas. Porque ¿qué cosa es la mirada de Ana Torrent sino una apoteosis de la melancolía?
“El Espíritu…” no ha envejecido todo lo bien que debiera, pero aun así es posible vislumbrar en ella un claro antecedente, un amago perceptible de lo que llegaría en los noventa y se solidificaría ya en el nuevo siglo. Erice es, en ese sentido y según creo, especie de padrino del advenimiento gótico de los nuevos tiempos. Su cinta no es solo un homenaje al Frankenstein de Whale, sino también un intento rural de cine dentro del cine, con todo el surrealismo que ello implica. Desde esa óptica, entonces, se me antoja un Eurice más heredero de Buñuel que el propio Saura, a contrapelo de lo que rezan los escritos.
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