
Allí donde existe la belleza también mora la maldad, siempre peor mientras más gregaria e irracional sea esta. Al menos es lo que nos dice el talentoso Ari Aster, aquel realizador de la soberbia “Hereditary”, una de las cintas más perturbadoras y horrendas de las que se pueda tener memoria, en su multipremiada “Midsommar”, otra historia sobre sectas y exaltados y devotos.
Un grupo de estudiantes universitarios norteamericanos va a la verdísima Suecia primaveral (en realidad el filme se rodó en Hungría) a participar en un antiguo rito de fertilidad que se celebra cada siglo. Allí se atascan en el lodo de la extrañeza. Aster nos lo narra con una belleza estética casi inigualable; es la delicadeza del miedo, la finura del horror.
Lamentablemente, más allá de los impresionantes campos floridos europeos y de la fuerza de Florence Pugh, la pieza queda por debajo de aquella ópera prima gloriosa e inquietante del neoyorkino Aster. Midsommar peca de ser muy ambiciosa, pero en consternación y angustia apenas si levanta dos palmos del suelo.
Publicado por