Denis Villeneuve es un narrador soberbio, ya lo había comentado antes. Su mérito reside en perforar la dermis de sus caracteres y extraer todo el miedo y el horror posible que subyace en el alma y en el corazón de los humanos. Y lo hace con toda la parsimonia imaginable. Prisoners y Enemy son dos ejemplos irrefutables. También Sicario, esa oscurísima historia sobre narcos, venganzas e instituciones oficiales.
El fundamento de la cinta está localizado en esa frontera imprecisa donde el bien y el mal, lo legal y lo ilegal, coquetean el uno con el otro y se entremezclan y hasta se besan con el descaro y la culpa de los amores prohibidos. Que Villeneuve no tome parte por ninguna disyuntiva moral de las presentadas en la obra, termina por otorgarle un precio superior a esta pieza, que es como filete bien cortado.
El buenismo y la corrección, los filosofastros de la hechura bondadosa pero regios seguidores de la ley enfrentados, entre las brumas de la duda, al terrible pragmatismo de la sobrevivencia. “Juárez es el resultado de donde ellos se asientan” le dice el agente Matt Graver a la utópica Kate Macer. “No sobrevivirás aquí. No eres un lobo. Y esto ahora es tierra de lobos”, le espeta Alejandro a la disciplinada agente. En torno a estos razonamientos es que la cinta discurre.
La belleza de las imágenes del desierto de Arizona hacia el ocaso o de las callejuelas aterradoras de Juárez a pleno mediodía responden al talento de Roger Deakins, por ello la tremenda similitud estética con No Country for Old Men, sin dudas. Jóhann Jóhannsson se hace cargo de una muy buena banda sonora. Y el excelente equipo de Prisoners vuelve a conjugarse para parir una obra probablemente inferior a su predecesora, pero loable también, en otros términos.
Denis Villeneuve va en camino de construir una sólida carrera y de legar un par de cintas memorables. Quizás ya se haya convertido, incluso, en un soberbio realizador. Posee esa rara dualidad de desempeñarse con gracia en cintas osadas y pequeñas, así como también en producciones monstruosas y sonoras. Él no es un creador de artificios fútiles y desechables. Su pulso tiene peso y no descarría el trazo.
(Escrito en Febrero del 2016)
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