
La barba henchida de Dafoe; la boca abierta de Pattinson tratando de beber la lluvia; el faro turbio y la niebla clara; las aguas turbulentas azotadas por Dios… Robert Eggers es un esteta. Su “The Lighthouse es una pieza bellísima, impecable, sobria. No es ese falso artificio de Iñárritu ni esa añoranza amarga de Pawlikowski. Aquí merodea el fantasma de Poe. Por aquí se pasean las hechuras de Eisenstein, de Saura y de Tarkovski… Es que sólo en escasas ocasiones la hermosura artística de un filme logra opacar cualquier otra consideración. Este es el caso. Teologicemos sobre la historia, reconozcamos las citas a Melville, aceptemos que toda obra carga en sí misma el ejercicio desesperado de la trascendencia, pero nunca matemos a una gaviota, coño. Terminarás como el Cristo desnudo devorado sobre rocas. (¡Ah, y a las dos actuaciones le roncan los cojones!)
En Prime, fundamentalmente para cinéfilos…
Puntuación: 9/10
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