
He vuelto a ver “Stakeout” una vez más. Un villano ha escapado de la prisión y un par de detectives de Seattle (Richard Dreyffus y Emilio Estevez) son asignados a vigilar a la exnovia (Madeleine Stowe, again) para tratar de encontrar al malvado asesino de policías (Aidan Quinn).
Los policiacos urbanos de los años ochenta llevaron el sub-género a otra dimensión, al añadirle a la parca seriedad de la década anterior, el relajo pop de la era reaganista, estableciendo símbolos icónicos que luego perdurarían en el tiempo, como el jefe policía negro y gruñón, la pareja dispareja de detectives (siempre tipos duros dispuestos a la acción), los policías competidores y burlones y el villano de turno, casi siempre terrible.
Desde comedias francas como “48 Hours” y “Beverly Hills Cop”, pasando por piezas mixtas al estilo de “Lethal Weapon” y “Tango and Cash” hasta cintas más oscuras al estilo de “To Live and Died in LA” y «Colors», los policiacos urbanos de aquella década desprejuiciada y libre, donde no existía el temor a herir susceptibilidades y donde la lista de pecados era mucho más escueta que ahora, nos divirtieron y nos entusiasmaron, sin el complejo de parecer obras trascendentes o inmortales.
¡Ah, sin embargo, qué paradoja! Casi nada de lo que se ha hecho con posterioridad, incluyendo homenajes como «The Other Guys», alcanzan los ribetes de espectáculo sustancioso y perenne que Stakeout y sus congéneres aún nos regalan. Y es que se ha perdido ese sentido epicúreo con que debemos afrontar el arte.
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