Ayer fuimos Nicole y yo a uno de esos nuevos cumpleaños que la cuarentena ha impuesto, donde una caravana de autos desfila frente a casa del homenajeado sonando el claxon y lanzando vítores. La “fiesta” fue un verdadero éxito y duró, para nosotros que éramos los terceros en la fila, algo menos de un minuto.
Pues bien, antes de que comenzara la algarabía, todos los autos que iban a participar de la “descarguita” sonora nos reunimos frente a una escuela de la barriada para ultimar algunos detalles. Cuál sería mi complacencia cuando veo a la madre de la niña cumpleañera y al abuelo acercarse a nosotros a saludarnos efusivamente, como en los tiempos antiguos, estrechándonos las manos y todo. Ah, y sin la presencia impersonal y vil de una mascarilla cualquiera.
De camino a la “festividad “ terminé de comprender que el miedo, en algunos lugares y naciones, sólo puede impregnarse hasta cierto punto, pues en uno de esos centenares de hermosísimos parques que pululan en Miami, incontable cantidad de personas compartían juntos caminando, conversando y riendo, como si la pesadilla absurda jamás hubiera acontecido.
Publicado por