Cuando yo vivía en Cuba, creía que me las sabía todas y que mi dolor era el más grande y que mi agudeza estaba dada por la experiencia de la vida ruda y dura. Pensaba que llevaba ventaja sobre los otros y que mis opiniones eran cuasi irrebatibles. ¡Que equivocado estaba! Cuando salí de Cuba supe, entonces, que mi sabiduría era ignorancia (de las más oscuras) y que mis dolores no me otogaban ningún predominio moral sobre alguien más y que la ventaja ante los otros era tan sólo una ilusión y que mis opiniones eran ciegas y mayormente erradas. Vivir en la isla es estar a espaldas del mundo real, aún en tiempos de la Etecsa internetera.
¿A qué viene esta trova de mediodía? A que en el muro de un amigo que aprecio suelen aparecerse intelectuales de los que viven en Cuba juzgando y pre juzgando como si sus «verdades» fueran absolutas… ¡Como si existieran las verdades absolutas! Quizás el principal daño que le ha hecho el castrismo a sus hijos putativos es el de inocularles una visión maniquea de los hechos y la historia. Esos pobres opinadores de ocasión me recuerdan a mí hace 25 años, llegando a una Santiago de Chile que pensé que me devoraría en un dos por tres. Señores, dejen la prepotencia a un lado y traten de escuchar a los que han visto muchísimo más que ustedes. Puede servirles de algo. Consejo sano.
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