
Anoche le comentaba a un amigo sobre el artículo que había publicado Angela Davis, una figura mítica del marxismo norteamericano, en la revista “Smithsonian” y el hombre, de repente, como un ser epicúreo, comenzó a carcajearse y a preguntar si era posible que cosa tal pudiera ser cierta. “¿Pero Angela Davis todavía vive? Debe de ser una momia”. Y mi amigo llevaba razón, la Davis no solo es una figura carcomida por la futilidad de los años, sino también por el ostracismo impermeable del fanatismo a ultranza.
Lo que resulta inquietante es que voces retrógradas y reaccionarias como la de la Davis encuentren cómodamente un espacio en las que alguna vez fueron prestigiosas publicaciones norteamericanas como la revista de marras. Es, quizás, un signo de los tiempos que vivimos. También resulta contraproducente que muchos intelectuales que abogan por la libertad de Cuba de una u otra manera, por ejemplo, secunden y hasta repitan el mantra davidiano con uniformidad altisonante.
Pero vayamos al artículo de marras. La Davis, que obstenta el título de Professor emerita en la University of California, Santa Cruz, resucita de su semi ostracismo debido a los sucesos remanentes de la muerte de George Floy y escribe una especie de Chto délat en el que nos enseña a cómo ser “antirracistas”. El título de la columna es precisamente “Being Antiracist” y comienza enunciando una verdad a medias: “La raza no existe biológicamente”.
Es cierto que la raza humana es una, pero lanzar definición tan rotunda trae implícito consigo el riesgo de ocultar el hecho incontrastable de que los grupos raciales presentan diferencias genéticas que causan, por ejemplo, mayor número de enfermedades en ciertos grupos étnicos o mejores adaptaciones físicas a ciertos ambientes geográficos. Es por ello que encontramos un porcentaje infinitamente mayor de negros hipertensos o de blancos diabéticos o de asiáticos portadores de cáncer gástrico. Esta realidad fisiológica no establece superioridad moral o intelectual alguna, pero sí puntualiza diferencias cualitativas en ciertos aspectos del desarrollo humano que, eventualmente, muchas veces ha llevado a la formación de prejuicios.
Una vez establecida la distinción, por parte de Davis, de que la raza es una especie de constructo colectivo, pasa a afirmar que en los Estados Unidos vivimos en “una sociedad que privilegia a los blancos y la blancura”. Olvida la Davis que al menos en términos estrictamente legales, la realidad es distinta. En América las leyes establecidas en base a la composición etnográfica de las personas privilegian desde hace años a las minorías en detrimento de los blancos. La Ley de Acción Afirmativa es el ejemplo clásico, pues al aplicarse el rasero de la distinción racial como mérito se soslayan valores de otra índole como son la competitividad, el talento y la destreza. Tal monstruosidad legal pretende establecer ciertos orígenes étnicos en detrimento de otros. No sorprende que sea precisamente la Organización de Naciones Unidas quien secunde alegremente el establecimiento de este tipo de leyes alrededor del mundo.
Luego de la Davis mentir a priori sobre un supuesto racismo social en los Estados Unidos, se arriesga aún más y afirma que “pueden hacernos creer que el racismo se trata solo de mentalidades y acciones individuales, sin embargo, las políticas racistas también contribuyen a nuestra polarización”. ¿A qué políticas racistas específicas se refiere? ¿Cuáles son? ¿Dónde podemos encontrarlas? No existe un racismo institucional en los Estados Unidos. Es así de simple. No existe una sola ley que soporte la discriminación racial del negro en términos legales. Por lo tanto, el racismo que subsiste en la sociedad norteamericana es cultural y se manifiesta en todas las variantes posibles: del blanco al negro y viceversa, del negro al chino, del chino al latino y así consecutivamente, hasta constituirse en una espiral inacabable. Es la naturaleza humana. Pensar en colores, como lo hacen la Davis y sus acólitos, es privilegiar a unas razas sobre otras, cosa non- distinguishable en las sociedades occidentales, excepto en su vertiente a la inversa, es decir, cuando se privilegia a las minorías.
Luego continúa Angela Davis echando mano al manual de bolsillo bolchevique diciendo que “para crear una sociedad igualitaria, debemos comprometernos a tomar decisiones imparciales y ser antirracistas en todos los aspectos de nuestras vidas”. Olvida la señora, o desconoce, que la única igualdad posible y justa es la igualdad ante la ley. Cualquier otro intento por rasar el alma humana sería profundamente injusto y antinatural. No todos podemos ser iguales, no todos poseemos los mismos talentos o las mismas fortalezas y debilidades. La diversidad es el principal rasgo característico de la vida y ha sido el motor que ha empujado a la historia hacia adelante.
Luego vuelve a la carga, intentando remachar su concepto de racismo fuera de los márgenes formativos. “La narrativa cultural de los Estados Unidos sobre el racismo generalmente se centra en el racismo individual y no reconoce el racismo sistémico”. Y yo pregunto ¿Qué cosa es el racismo sistémico? ¿Cómo se puede comer eso? ¿Cómo puede ser sistémica una conducta si no es institucional? ¿Nos referimos al racismo cultural? ¿O quizás estamos echando mano a un concepto médico para hablar de cómo subsisten conductas y prejuicios a través de nuestra circulación sanguínea, o para ser claros, para señalar que el racismo es una conducta aprehendida de generación es generación? ¿Es, acaso, metafórico el concepto?
“Estos son tratamientos discriminatorios, políticas injustas o prácticas sesgadas basadas en la raza que resultan en resultados desiguales para los blancos sobre las personas de color y se extienden considerablemente más allá del prejuicio”. La Davis continúa desvariando sobre un mismo acápite. Siguiendo su secuencia lógica entonces sería válido preguntarnos ¿Acaso la acción afirmativa o discriminación positiva no es un tratamiento discriminatorio, una política injusta, una práctica sesgada que beneficia a ciertas minorías en ciertas situaciones, en detrimento de la mayoría blanca? No puede, simplemente, hablarse de un racismo institucional en una sociedad donde todos somos iguales ante la ley.
Luego se encamina la Davis a caminar sobre un tejado de vidrio fino cuando pasa a criticar “los estereotipos de la gente de color como criminales en las películas de corriente y medios de comunicación”. Ante una argucia como esta habría que recordarle a la Davis que el Hollywood liberal de las últimas décadas se ha encargado de ir amainando las cuotas de culpabilidad raciales, pero también sería sano establecer el hecho de que los estereotipos se basan en prejuicios, y los prejuicios muchas veces están construidos sobre bases empíricas. Por ejemplo, los negros cometen más crímenes que cualquier otra raza en los Estados Unidos, y la inmensa mayoría de los asesinos seriales o de los pistoleros escolares son blancos.
Durante todo el artículo Angela Davis nos anima a ser antirracistas, esgrimiendo precisamente un agresivo discurso racista. Y etiqueta a todos aquellos que pueden ser considerados como fenotípicamente blancos de culpables potenciales. Es la apoteosis del minority report de Philip K Dick. “Ser antirracista es diferente para las personas blancas que para las personas de color. Para los blancos, ser antirracista evoluciona con su desarrollo de identidad racial. Deben reconocer y comprender su privilegio, trabajar para cambiar su racismo internalizado e interrumpirlo cuando lo vean”. Si este comentario no es una definición clara y contundente de determinismo racial, que venga entonces Dios y ponga su mano sobre nuestras cabezas.
Y luego se refiere a lo injusto del sistema educativo actual debido a que “… los niños de color son disciplinados con más dureza que sus pares blancos. También son menos propensos a ser identificados como dotados y tienen menos acceso a maestros de calidad”. Dicha afirmación no sólo apela a las más burdas emociones, sino que carece absolutamente de evidencia empírica. Es cierto que los resultados de los alumnos negros en las escuelas públicas son notoriamente inferiores al de otras minorías, pero haríamos bien en analizar todo el contexto político y social e identificar el hecho de cómo los hogares rotos entre los afroamericanos, de cómo la dependencia de los sistemas de welfare, de cómo la delincuencia y el tráfico de drogas en los hoods han minado el desarrollo saludable e integral de las nuevas generaciones de personas negras en los Estados Unidos. Adoptar el discurso del victimismo es una justificación más para perpetuar el status quo reinante. La Davis al menos debiera intuirlo antes de caer en ese discurso mentiroso, incendiario y fatuo.
Ya hacia el final, la simpatizante del castrismo y la revolución cubana se concentra en el afán de intentar cambiar la sociedad actual, utilizando un argumento marxista: la igualdad total es necesaria. Y critica a los negros que se han integrado exitosamente a la sociedad al asegurar que “nosotros conscientemente defendemos aspectos de la supremacía blanca, la cultura dominante blanca y las instituciones y la sociedad desiguales”. Por eso, y siempre según ella “ser antirracista a nivel individual e interpersonal es solo una parte del trabajo. Para poner fin al racismo, también debemos trabajar para desmantelar las políticas racistas a nivel estructural e institucional”. Vuelvo a recordarle a la señora Davis que no existe en las sociedades occidentales y específicamente en los Estados Unidos un racismo estructural o institucional, a excepción de ciertas políticas afirmativas que benefician a las minorías. Davis, en definitivas, clama por lo que realmente añoran los colectivismos: desmantelar el exitoso sistema productivo y social capitalista.
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