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El centro policiaco mundial se encuentra en Filipinas. Allí están los censuradores de Facebook, Twitter, Googlee y YouTube. Son los Blade Runners de la modernidad. Trabajan para empresas subcontratadas por las redes sociales. Se guían por protocolos estrictos, pero también emplean el “sentido común” y las apreciaciones personales. Sólo un 3% del trabajo de esta policía digital puede ser revisado por los supervisores. Es una labor compleja, agotadora, inmensa. Debido al infinito volumen de lo que se revisa, y obviando la primera línea de defensa integrada por algoritmos automáticos (encargados de vetar las frases “prohibidas”) que poseen la capacidad de aprender, las decisiones de censura no son en lo absoluto personales, pues responden a un patrón general y no específico. Sí, no somos todavía el centro del universo. Donde las multitudes moran se necesitan mecanismos de control. El sesgo ideológico ya no recae en los muchachos de Manila, sino en especialistas locales probablemente. Hans Block y Moritz Riesewieck lo cuentan para DW y resulta muy interesante. No faltan, por cierto, los abanicazos al presidente Trump. Es parte de la nueva religión, del nuevo sectarismo que se impone; al respecto, ya no hay mucho que hacer.