Lo que ha dicho el premio Nobel en química y director del laboratorio de biología estructural de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, Michael Levitt, es una obviedad científica: las cuarentenas no funcionan y tampoco salvan vidas. Efectivamente, y como yo he repetido hasta el cansancio, los confinamientos son recursos medievales que, lejos de amainar las cifras de decesos, probablemente las aumentan.
Italia y España son el ejemplo paradigmático, luego que tras un mes de confinamiento absoluto el porcentaje de letalidad se disparara. Muy poca gente echa mano a estas estadísticas tan preclaras, lo cual es una lástima.
Y otra cosa que también hay que tomar en cuenta es el hecho de que, más allá de las consecuencias periféricas de los lock downs (derrumbe de las economías, escasez de servicios básicos, supresión de libertades individuales y un larguísimo etcétera) al aplanarse las curvas de contagios se provocan un par de efectos negativos: se entorpece el importante acápite de la formación de inmunidad colectiva y, además, se aumenta la latencia o sobrevida del germen, por lo que la repetición de oleadas se vuelve frecuente e imparable.
Pero ya sabemos que, aparentemente, la histeria es un “bien” necesario en estos días…
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