Las casas también mueren, como nosotros. Con ellas se entierran las historias. Los sonidos, aquellos momentos de luz y ruidos que construyen, a trazos, la existencia. Se hundirá la casa Rayburn bajo el agua y ese discurso terrible, estremecedor de Sissy Spaceck, se ocultará también bajo las piedras y guijarros. Y sólo quedará el eco adormecido de una fugaz historia.
Nada perdura, lo sabemos. Ni aquella mansión de Alea, enferma de soledad en medio del comunismo aterrador que invade cada resquicio y cada alma. Tampoco la casa de tía Mirta en el Vedado, con sus historias familiares, con sus visitas permanentes que han desaparecido tras la muerte. (Todos sabemos que avenida Boyeros ya no es igual sin ella). O Punta Alegre entero, ese lugar donde nació y creció mi madre, con sus casuchas sobre el mar y la memoria de festines y langostas asadas y guateques que a estas alturas parecen irreales y ficticios.
¿Cómo puede morir una ciudad entera? De igual forma que parten sus comensales, que fenecen sus tragedias y sus glorias. Las casas se derrumban… e incluso nuestras almas. El discurso de la Spaceck desgarrando a sus fetos, Mirta balanceándose en la sala frente al televisor y sus amigos, Pinelli quitando el polvo de los altos puntales, los pescadores en el muelle y mis primos riendo… Las casas también mueren, como nosotros todos…
Publicado por