
St. Elmo’s Fire tiene la particularidad de ser una cinta ochentera con nostalgia por la década de los ochenta. Fue, en ese sentido, una especie de pieza premonitoria, un pequeño enclave reaganístico en la era de la social media… o viceversa. Anunció el comienzo del fin de una etapa, corroborando aquello de que luego de subir a la cúspide sólo queda rodar cuesta abajo. Y es que en un lustro ya no reinaría el glam sino el meteórico grunge, para luego dar paso al progresismo reaccionario que nos atosiga en el presente.
JoeSchumacher, como realizador, tiene la sensibilidad de un dinosaurio extinto y no es un narrador sagaz, nunca lo ha sido, por eso la irregularidad en el tratamiento del tiempo y las disgregaciones en la historia. En manos de otro quizás St. Elmo’s Fire podría haber llegado a ser un batacazo conceptual. No obstante, a la obra capitalizada por el brat pack (ese concepto horrendo imaginado por David Blum) se le capta la idea general y se le reconoce su carácter profético.
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