
¿Es la familia la patria y no la patria? ¿Es el núcleo de nuestros seres amados la única ideología más que la propia ideología? ¿Es el linaje de la casta el partido y no el partido? Spielberg nos escudriña, sin remilgos, con estos cuestionamientos universales en “Munich”, una pieza que tras un arranque promisorio termina doblegándose hasta convertirse en un ejercicio forzado de moralidad. Y aunque el realizador me parece que trata con justicia las complejidades del personaje principal, un tipo de carne y hueso como cualquiera de nosotros, al final no podemos dejar de pensar en la posibilidad real de que las dudas del propio Avner, acaso, sean las del propio Spielberg.
“Munich” nos cuenta la historia de cómo Israel, tras el asesinato y secuestro de los atletas judíos en las Olimpiadas del 72, salió a cobrar venganza ajusticiando a once terroristas árabes avecindados en Europa. Eran otros tiempos (cuando la pieza se filmaba), corría el año 2005 y todavía Hollywood se podía tomar la libertad de producir cintas de este corte.
La obra de Spielberg es, además de paranoica y bipolar (por aquello de lidiar con la incertidumbre del liberalismo del ejecutor y el espíritu conservador del propio ejercicio narrativo) una de las cintas más entretenidas de la década pasada. Y es que tras la crítica (quizás demasiado entusiasta y un poquitín hipócrita) a la rudeza judía en su afán como nación por la supervivencia subyace también la realidad incontrastable de cómo la sombra de la muerte, sea cual sea su naturaleza o su razón, termina por cambiarnos para siempre.
Publicado por