Los años ochenta marcaron el triunfo del existencialismo adolescente. Ajeno a las complejidades de un Nicholas Ray (al que, por cierto, Francis Ford Coppola intentó retomar dentro del subgénero a inicios de la década), la cinematografía sobre teenagers obvió cualquier aproximación a las profundidades existenciales que, a manera de narrativa, podrían haber reflejado la vivencia angustiosa de la guerra fría, y se dedicó a contar con descaro y muchas veces una buena cuota de cinismo, las tribulaciones del grupo generacional. Si se realiza un compendio de todo lo hecho en la materia a lo largo de toda la década, podría entonces, a pesar de esa ausencia de “espíritu hermeneútico” del que les hablaba, obtenerse un vívido compendio de las preocupaciones y de las realizaciones de la época.
Heathers, una cinta del malogrado Michael Lehmann, contiene el pecado de tomarse demasiado en serio. Pero quizás sea esa propia arrogancia la que le permite intentar dar un paso más allá e intentar materializar la soberbia de la época, el nihilismo de sus personajes, y transformarlos en esa hipertrofiada maldad con que la obra se expande en cada escena. Las reglas del interior del high school son las mismas reglas de la vida, solo que exageradas por la mitología del guión. Lástima del tono moralista y de la forzada intención filosófica de la historia. Al menos nos queda la Winona Ryder, antes de robarse aquellas cosas de una tienda cualquiera.
(Escrito en el 2016)
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