Que Twitter haya suspendido la cuenta del New York Post, ese mítico diario fundado por Alexander Hamilton, no debiera de asombrar a nadie. La plataforma ya ha mostrado serios signos de sesgo ideológico en el pasado. Claro, los últimos acontecimientos son inquietantes, aterradores en realidad. La censura ideológica ha irrumpido con fuerza en la América libertaria. Es como para escondernos debajo de nuestras camas.
¿Y por qué no debe de asombrarnos la parcialidad de Twitter? Por múltiples razones que trascienden el mero panorama subjetivo, claro está. (Que sean parciales no sería un problema si el conglomerado se reconociera como tal, cosa que no ocurre en la realidad. Twitter jura y perjura que es absolutamente imparcial en materia ideológica y política).
Pues bien, esos hechos factuales que trascienden los contornos de la subjetividad se encuentran por doquier. Por ejemplo, Jessica Hertz, una de las ejecutivas principales de la red social, está trabajando bajo contrato para el equipo de transición del candidato Biden. Ella supervisará la aplicación del plan de ética de la campaña y asuntos relacionados. Antes había sido abogada adjunta principal en la Oficina del vicepresidente desde el 2012 hasta el 2014.
¿Otro ejemplo? Carlos Monje, director de políticas públicas de la compañía, dejará su puesto para trabajar para el equipo de transición de Biden. ¿Otro más? Del grupo asesor voluntario de casi 700 personas de la campaña de Biden, varios miembros trabajan para la propia plataforma además de para Facebook, Apple, Google y Amazon, según informó el New York Times en agosto.
¿Lo peor? Aquella infausta misiva de hace tan sólo unos escasos días en que la campaña demócrata escribiera una carta a Facebook y su CEO Mark Zuckerberg instándolos a censurar las publicaciones del presidente Trump.
¿Algo apesta en Dinamarca? No precisamente, mis amigos. El enunciado “Hamletiano” se ajusta mucho mejor a la podredumbre que corroe a la sociedad política norteamericana. Aquí, si no formas parte del redil intentarán apartarte sin contemplaciones. Al fin y al cabo, el guaniquiqui sobra para tales menesteres.
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