A diferencia de lo que piensan muchos, el fraude electoral masivo no se sustenta en los votos fantasmas de muertos e ilegales. Estos siempre han existido, pero en una elección presidencial acaso si poseen algún peso. El propositum o punto principal aquí radica en el masivo voto por correo.
¿Y de qué manera es que opera el fraude del balotaje por correo?
Muy simple.
Tomemos como ejemplo a un John Warren cualquiera, afroamericano de 32 años, inscrito como demócrata o independiente y que tiene un historial de jamás haber ejercido el voto.
A Warren se le registra «oficialmente» como que se le envió una boleta a su casa, cosa que no es cierta. Esa papeleta electoral jamás abandona el comando general partidista local, donde uno de los operativos lo llena por él. Bien, ese John Warren hay que multiplicarlo por miles o millones más.
En USA cerca de un 70% de la población apta para votar se encuentra registrada. De ese gran total, si acaso la mitad cumple con su deber ciudadano. Pues bien, ese porcentaje que se desentiende de elecciones y debates, queda a expensas de los manejadores del mail-in que, con la ampliación del método del correo, se han visto como peces en el agua. ¿O por qué piensan ustedes que Joe Biden ha recibido más votos que ningún candidato anterior?
Debido a que la boleta pertenece a un votante real, es practicamente imposible deslegitimarla. Al John Warren de marras nadie lo contactará para averiguar si fue él verdaderamente quien envió el balotaje.
Lo peor que puede ocurrir es lo que denunciaron, por ejemplo, varios votantes del condado Broward, que fueron a ejercer su derecho y en el centro de votaciones se enteraron de que ya habían enviado su voto por correo.
En caso de que se realice un recuento total de las boletas, el presidente Trump perderá nuevamente, porque los votantes registrados son reales, aunque no hayan sido ellos quienes han escogido al candidato Biden como el próximo mandatario. Sólo un recuento poniendo coto al horario de recibo de boletas podría arrojar un resultado justo y real.
La noche del 3 de noviembre, antes de que los centros electorales de los estados en pugna suspendieran el conteo, el presidente Trump iba venciendo ampliamente. La sospecha del equipo jurídico del presidente se centra en el hecho de que en horas de la madrugada y el resto de los días posteriores, se ingresaron millones de boletas por correo que jamás fueron enviadas por sus dueños. Ello causó, contra toda lógica estadística y matemática, que el tablero electoral se volcara a favor del retador.
Sólo si los abogados del presidente Trump logran de alguna manera que se realice un recuento de los votos emitidos hasta las 7 pm en cada uno de los estados, podría demostrarse el fraude. De lo contrario, la farsa se habrá institucionalizado oficialmente y la democracia norteamericana dejará de existir tal y como la conocemos.
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