Precipitarse en nombrar y aclamar al “nuevo presidente” no solo ha sido un ejercicio de fraude irresponsable, si no también una declaración de intenciones: La institucionalidad no funciona y podemos manipularla y retarla a nuestro antojo.
¿Se dejarán quitar unas elecciones que perciben como apremiantes, estos que controlan el discurso público y que establecen las pausas de lo que es correcto y lo que no?
Tienen el poder de la prensa, de los grandes magnates de las redes, de los políticos tradicionales. Ellos son, simplemente, ese poder.
Por otro lado ¿Podrá un mandatario outsider retar y doblegar al establishment y a los ejecutores de la moral? ¿Tendrá, acaso, la Corte Suprema el poder y la fuerza de poder legislar tal y como se presume que debiera hacer? ¿Acaso atisbamos el fin del constitucionalismo norteamericano?
Todo dependerá de quien termine ganando la elección, eso está claro.
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