Si algo nos demostró la presidencia de Trump es que para dirigir una nación cualquiera se necesita ser un político marruñero y avezado. El millonario de bienes raíces se aproximó al puesto con una candidez extrema, de niño pequeño e inocente. Confió en quienes no podía confiar, fue dubitativo en situaciones extremas, ofreció su espalda para que lo apuñalearan a mansalva.
Ni un Barr ni un Fauci ni un Christie ni un Jess Sessions (entre tantísimos otros) habrían durado demasiado bajo el mandato de un camaján cualquiera. ¡Que digo durado! ¡Ni siquiera habrían tenido una oportunidad! A Trump lo devoró el sistema y se lo jamaron los «suyos». Demasiadas vocecillas susurrando en su oído. En vez de poder drenar el pantano, los lodos terminaron por engullirlo a él. ¡De una forma brutal!
Y es que el inicio de toda nueva era necesita de un sacrificio a la vista
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