
Coppola revivió el subgénero de ‘rebeldes sin causa’ a inicios de los años ochenta con un par de formidables piezas, The Outsiders y Rumble Fish, dejando servida la mesa para que otros realizadores, a lo largo del resto de la década, continuaran invocando los apesadumbrados espíritus de Nicholas Ray y Laslo Benedek.
Lo curioso del caso es que 1983, fecha en que el genio de Detroit lanzó aquellas obras, un semi novato Rick Rosenthal casi que se le adelantaba al dirigir un guión de Richard Di Lello, “Bad Boys”, donde gangas de muchachos rebeldes trasladan sus contiendas desde las calles de Chicago hacia los contornos de las prisiones juveniles. La cinta es buena, posee garra y entretiene, además de legarnos excelentes actuaciones de los entonces muy jóvenes Sean Penn, Esai Morales y Clancy Brown. Por cierto, los fantasmas de Di Lello sobrevivirían la narrativa de Rosenthal y parirían a Colors, la muy polémica obra que dirigiera Dennis Hopper en 1988 en un guión adaptado que tomara a la novela de Michael Schiffer como modelo.
Bad Boys, hay que decirlo, contiene más de una escena memorable en su metraje, pero si acaso tuviéramos que apostar por una cualidad imprescindible, tendríamos que decantarnos por la música de Bill Conti y su maravilloso tema de cierre que, a ciencia cierta, marcó toda una era a la usanza del Morricone de los sesenta. Créanme, no es poca cosa.
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