El discurso de la justicia social crítica viene a ser, en tiempos de escasa militancia, el estandarte de vanguardia del neo colectivismo occidental. Anclado en teorías pseudo científicas y arcaicas donde predominan las emociones por encima la razón y de los hechos (tal como ocurre en tantísimos otros debates), ha recibido críticas desde diferentes sectores, por supuesto.
En los Estados Unidos, foro central de discusión de ideas en el mundo, las tendencias desacralizadoras provienen, por un lado, de pensadores conservadores a la usanza de Heather McDonald, integrante del Thomas W. Smith en el Manhattan Institute, y por otro de neocons “inocentes” (y muy anti trumpistas, por cierto) como Helen Pluckrose y Steven Pinker, entre otros. (Pinker es sobre todo un “ilustracionista” de la vieja escuela).
Si hace ya algún tiempo les vaticinaba que la contienda ideológica del futuro de occidente se libraría (por aquello de la neo-neo-modernidad) entre Ezra Klein y Ben Shapiro (me equivoqué de medio a medio, pues Charlie Kirk me parece ahora un referente mucho más preciso y adecuado), casi que me atrevo a asegurarles que la discusión fundamental de los cuatro años venideros, justo antes de la apoteosis de la cuarta revolución industrial, terminará dándose entre aquellos que se agrupan alrededor del Manhattan Institute y esos otros que moran en torno a la revista Areo.
(Luego arribará la más oscura de las censuras, poniéndose fin a la repartidera del pan de piquitos, claro está. Pero eso es algo que todos sabemos o intuimos)
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