Esta tarde fui a buscar a mis hijos a la escuela y aproveché para escuchar la radio. Sintonicé el programa de Agustín Acosta, como hago en ocasiones. Acosta, de más está decirlo, es un periodista conservador y bastante serio en sus análisis e interpretaciones. Sin embargo, escucharlo esta vez fue corroborar el horror de que la gente no acaba de comprender absolutamente nada. Y esto no sólo es una cosa triste sino también y, sobre todo, preocupante.
Agustín imagina un mundo donde aún perdura el mercado como motor principal y esencial de las acciones de los hombres, gobiernos e instituciones. Cree que a una super compañía como Twitter le interesa perder puntos en la bolsa y que, en base a eso, corregirá el rumbo de sus decisiones. ¡Cuánta inocencia!
Sigue atrapado en el ya anacrónico esquema de la antigua guerra fría y del choque de las ideologías clásicas de finales del siglo diecinueve. No alcanza a visualizar que los oscuros episodios de estos meses trascienden cualquier atisbo posible de la historia pasada.
También dice Acosta que en las elecciones venideras el partido republicano recobrará las cámaras legislativas y luego hasta la propia casa blanca, y entonces hará pagar a los demócratas (desde la propia ley) tanta desidia y bla, bla, bla, bla… y así hasta el infinito.
Mientras la gente no acabe de comprender que las reglas han cambiado, que la crisis constitucional en los Estados Unidos sería sólo reversible a través de una violencia irredimible (tal y como acontece a lo largo de la historia cuando las épocas transmutan), que el peligro más atroz no sólo acecha sino que ya mora entre nosotros entonces, mientras la gente no acabe de comprender tanta simpleza, la cosa estará (mañana mismo) aún más jodida.
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