
Hay pocas cosas tan presentes en nuestro imaginario como aquella gasa taponeando la nariz de Jack, asida a un paper tape que le cubría parte del rostro. Y es que Chinatown (1974) es un apéndice podrido. O al menos el reflejo de tal cosa. La obra soberbia de Polanski y Towne se nos convirtió de pronto en un clásico noir de ascendencia polaca, en un crossroad de los áridos arrabales desérticos de Los Angeles y el jazz universal de Goldsmith. Corrían otros tiempos en aquellos setenta. El excepcionalismo yuma era aún una realidad soberbia. A estas alturas, en pleno siglo nuevo, hasta los pecados de Polanski nos parecen inocentes… hasta la indecencia ficcional de Huston. Lancemos un réquiem por la pieza de Roman y por aquellos años, en que la simpleza era tanta como la vida misma.
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