
Hay algo dalístico en las cintas de Jeunet. Y es que toda aproximación artística o teórica al apocalipsis o a la muerte no deja de ser surreal, de ahí que el humor negro se acomode tan bien a la estética del fin del mundo. En este acápite Jean-Pierre Jeunet es un maestro. “Delicatessen” (1991), su ópera prima, lo refrenda. No en balde Alan Parker fue un entusiasta fan durante el estreno de la pieza y el excelso Terry Gillian la presentó personalmente en América.
En un vetusto edificio de una París moribunda, los despojos de la existencia de alguna vida pasada se alimentan de otros despojos, igual de miserables. La estética jeunetiana, reconocible a diez mundos de distancia, no sólo capta los colores brillantes del impresionismo del fin sino que, también, se regodea en los sonidos de la existencia. ¡Es grande Jeunet, qué duda cabe! Un Claude Monet, un Pierre-Auguste Renoir, un Édouard Manet…
Sin embargo, es necesario reconocer que la estrella de Jeunet fue más luminosa al lado de Marc Caro, con quien no sólo filmó esta Delicatessen amarga y divertida, sino también aquella “La cité des enfants perdus” que tanto diera que hablar antes del nuevo siglo. Tras la separación artística, ya casi nada sería igual. Aún así, al realizador galo le adeudamos varias horas de entretenimiento y emoción. Y esta “Delicatessen” es, en buena medida, responsable de tal cosa.
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