Chile, como el resto del mundo occidental, está perdido. La derecha, que alguna vez gravitó bajo la sombra soberbia del liberalismo económico de la escuela austriaca y de los valores del tradicionalismo conservador austral, yace moribundo en la cuneta del olvido.
Joaquin Lavín, uno de los chicos lindos de la cátedra de economía de la universidad de Chicago, discípulo de Milton Friedman, que alguna vez encarnó los valores de la derecha anti-estatista chilena, se ha convertido en un triste y alicaído político social demócrata que terminó por apoyar el cambio de la otrora exitosa constitución nacional (que convirtió a Chile en la nación más poderosa del subcontinente) hacia un nuevo panfleto colectivista.
Hoy en día, de hecho, tan solo un 8 % del electorado chileno vota por la derecha conservadora. (Fue la cifra que obtuvo José Antonio Kast durante las últimas elecciones). El bastión ideológico regional que alguna vez tuvo su representación en la derecha chilena es casi cosa del pasado. Y este patrón, por cierto, no puede decirse que sea un hecho singular. Se repite, apoteósicamente, en el resto del mundo occidental.
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