
Bazil, un amante del cine que trabaja en una tienda de videos, recibe un disparo circunstancial y, luego de salvarse providencialmente, pasa a vivir dentro de una curiosa comunidad de homeless (especie de ejército de desahuciados que habitan, en realidad, debajo de un basurero), que lo ayuda a vengarse de aquellos que fabricaron el proyectil que casi termina con su vida.
Micmacs a tire-larigot (2009) es, quizás, la menos atemporal de las cintas de Jeunet. También es, como siempre en su filmografía, un canto de amor al cine. De hecho, Micmacs probablemente pueda identificarse como la obra con más influencias notables del gran séptimo arte en toda la carrera del realizador de Roanne. En ese sentido, hay escenas extraordinarias en Micmacs, desde una óptica puramente estética, cosa que no asombra si tenemos en cuenta que Jeunet ha legado tres cintas imprescindibles y visualmente hermosas como Delicatessen, La Cité des Enfants Perdus y Amelie.
Sin embargo, a pesar de lo magnificente de algunos tramos de esta cinta, la historia de la venganza que cuenta es irregular y no funciona demasiado bien; a la locura usual de Jeunet, a sus arrebatos fantasiosos, hay que añadir una inconsistencia forzada a lo largo del metraje que termina, casi, por abrumar. Es como si la pasión de Jeunet fuera tanta que se desbordara y terminara arrasando con todo. Y allí radica, precisamente, el peligro de los amores desenfrenados: en la posibilidad de echar abajo, con sólo chasquear los dedos, cualquier resquicio de sensatez y de cordura.
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