
Recuerdo pocas obras tan majestuosas como The Royal Tenenbaums (2001). Si acaso un puñado. Y es que Wes Anderson posee una imaginación sin límites. Sus personajes se desbordan, no conocen fronteras, hacen de lo quimérico una realidad probable. ¿Acaso es eso poca cosa?
El filme cuenta la historia de un hombre, repleto de defectos, empeñado en recuperar el amor de su familia. Una familia sui generis, por cierto, fruto del humor sensible y, al mismo tiempo, desproporcionado de Anderson. Y he de decirles que aquella primera etapa, escribiendo historias a dos manos con Owen Wilson es, en mi opinión, su período más brillante. “Bootle Rocket”, “Rushmore” y esta propia “The Royal Tenenbaums” son las obras maravillosas de este ciclo.
El absurdo factible, la posibilidad real de reírse a carcajadas y llorar de dolor al mismo tiempo, el emocionarse hasta los huesos, todo en un mismo paquete, sólo puede ser la consecución de un talento sin par. Anderson, que no les quepan dudas, lo es. Poseedor de un estilo inconfundible, de una capacidad de escudriñar y de exprimir al máximo cada retazo de historia, de dirigir a los actores como nadie, Wes Anderson quedará en la historia del arte como uno de los más grandes exponentes del genio creativo en lo que va de siglo. (Por cierto, Gene Hackman con peluca de cabello lacio es una especie de reencarnación de Harvey Keitel pero con mucho más talento, si es que tal cosa es posible).
Post Data: Tipos como Wes Anderson, Jeunet y el propio Terry Gillian pertenecen a una cofradía especial de maestros soberbios. Han sido responsables, en gran medida, de cambiar las reglas de juego de cómo hacer buen cine.
Publicado por