
Marty (1955) se me antoja como una especie de antecedente de Moonstruck, aquella cinta dramática, colorida, vociferante y escandalosa filmada por Norman Jewinson en los ochenta, y que terminó valiéndole un Oscar a la entonces formidable Cher. La semejanza es estética, conceptual e, incluso, social; es un reflejo cándido y también brutal de los barrios italoamericanos de la costa Este. La Loretta Castorini y el Ronny Cammameri de marras son la continuación cultural y hasta antropológica del Marty Piletti de Borgnine, lo cual nos confirma que la historia y el arte suelen ser cíclicos per se…
La obra de Delber Mann se apega a la lógica irrebatible de que siempre hay un roto para un descocido. Y es por ello que termina colocando a Marty, un noble y tímido carnicero de un barrio italoamericano, en medio de una época ruda y también maravillosa en que las mujeres, como siempre, establecían las reglas del juego y los caballeros se comportaban como tipos de ley la mayoría de las veces (la maldad también es genérica, además de circunstancial).
Marty, en resumen, es una obra sobre los sentimientos, una pieza afable, simpática, tierna y bondadosa; una bofetada al rostro del ‘superficialismo’, una oda a los perdedores que somos todos, en algún punto de nuestras vidas. El filme de Mann es, entonces, un ejercicio necesario de entretenimiento y validez ética que en nada ha envejecido, a pesar de haber sido construida hace casi siete décadas atrás, lo cual no es poco.
Publicado por