Me resulta curioso (e inquietante) la manera en que la histeria y el tremendismo del affaire Covid han permeado a las ciencias médicas y biológicas en general. En mis tiempos libres suelo ponerme a revisar temas académicos sobre las diferentes especialidades de la medicina, y lo que he encontrado a lo largo de los últimos meses en relación con la pandemia no puede calificarse de otra forma que aterrador. No deja de llamarme la atención, tampoco, como un sinnúmero de colegas se han sumado alegremente al sentimiento apocalíptico y totalitario que ha emanado desde las instituciones epidemiológicas y “científicas”, contaminando cualquier atisbo de evidencia empírica a niveles jamás imaginados. Es por ello que frecuentemente hablo de un regreso a la “edad media” cuando me refiero a estos temas.
La ofensiva “científica” del terror que ha impulsado a las políticas de confinamientos absurdos y de autoritarismos estatales de las que hemos sido testigos durante el último año posee varias banderas publicitarias. Una de ellas ha sido la de las complicaciones fisiológicas del virus; y entre estas el tema de los episodios de hipercoagulabilidad ha sido punta de lanza. De más está decir que no existe evidencia concluyente, en lo absoluto, que corrobore el hecho de que el Covid-19 provoque coagulación intravascular diseminada. La mayoría de los casos narrados se han basado en observación clínica sin estudios definitorios de carga viral, cultivos sanguíneos o utilización de pruebas super específicas que puedan atestiguar cualquier etiología. Ya yo escribí hace tiempo atrás que los episodios de CID promocionados como hijos putativos del Covid por parte de “investigaciones científicas” adolecen de seriedad, y que la mayoría de estos cuadros podrían ser achacados (con evidencia empírica tradicional) a bacterias oportunistas que suelen afectar a pacientes hospitalizados y no al virus de moda.
Pues bien, revisando un par de estudios de la CPCEM magazine encuentro la repetición de las mismas falsedades dichas antes una y mil veces por los adalides del apocalipsis covidiano. Por ejemplo, Lafree, Lenz, Tomaszewski y Quenzec, de la Universidad de California, narran como un paciente hombre, de 57 años de edad, con antecedentes de hipertensión arterial y diabetes mellitus tipo 2, arriba a Emergencias con un cuadro de trombosis de la Aorta distal con oclusión de las arterias iliacas. Al momento del ingreso al hospital el paciente (sin síntoma respiratorio alguno) da positivo al PCR para Covid-19 (un test absolutamente inespecífico que lo que hace no es más que identificar trazas de una proteína RNA en la superficie de cualquier virus) de manera circunstancial… ¿y a quién se le termina achacando la responsabilidad del cuadro trombótico? Al Covid-19, por supuesto. Los investigadores obviaron el hecho de que la diabetes tipo 2 es una causal primaria y fundamental en el desarrollo de cuadros de hipercoagulabilidad, al causar el aumento de los ácidos grasos libres a nivel circulatorio, lo que termina activando la proteína C kinasa y produciéndose inflamación (por la acción de las citokinas, por ejemplo), vasoconstricción y activación plaquetaria con formación de trombos. En este caso, señores, el virus no fue el causante de ningún cuadro de obstrucción de la arteria Aorta.
Estudios como los de Creager, Lusher, Beckman y Cosentias en el 2003 establecieron que la diabetes mellitus aumenta sustancialmente el riesgo de accidentes vasculares de tipo isquémicos. Y Stalkey y Towler lo corroboraron en el 2016. Por otro lado, la hipertensión arterial es la PRINCIPAL causa conocida de trombosis aórtica debido al cuadro de aterosclerosis que suele producir. ¡El paciente de marras era hipertenso y diabético, nunca desarrolló síntomas relacionados al Covid y, sin embargo, se le achaca al virus la responsabilidad de la trombosis, aún cuando no se estudió la carga viral del individuo! Es la apoteosis del oscurantismo científico en aras de intereses políticos e ideológicos.
Por otro lado, Logan, Leonard y Girzadas, del Advocate Christ Medical Center, narran un cuadro de trombosis venosa cerebral en un paciente de 34 años sin antecedentes de Patología alguna. El individuo llegó al servicio de Emergencias con manifestaciones clínicas del cuadro diagnosticado posteriormente: cefalea frontal, mareos, parestesia en el brazo derecho y ambas piernas y, por último, visión borrosa. Al paciente se le realiza un Rapid Test a la hora del ingreso hospitalario y este da positivo, aunque el señor jamás presentó manifestaciones de una infección viral previa. Hay que refrendar el hecho de que las trombosis venosas cerebrales son rarísimas, infrecuentes y que suelen verse en pacientes jóvenes que pueden o no tener condiciones preexistentes como cuadros infecciosos de Sinusitis, o enfermedades malignas, o traumas y cirugías, etcétera… Entonces la pregunta real es ¿Bajo qué evidencia empírica real se puede afirmar que este episodio se debió al SARS CoV-2? Por supuesto, bajo ninguna. Al paciente de marras no se le realizó estudio de carga viral, los hemocultivos fueron negativos, jamás se estableció la presencia real del Covid en su organismo.
Otro estudio permeado de inexactitudes y hasta ridiculeces corresponde a Gregnan, Barrett y Perera, del Royal Free Hospital de Londres, que describen cuadros de tromboembolismo pulmonar en cuatro pacientes Covid-19 positivos, pero de los cuales dos poseen antecedentes (una mujer de 72 años y un hombre de 78) de … ¡Fibrilación Auricular! Esta condición de base, para los neófitos en el tema, es la causa número uno de episodios de tromboembolismo. ¿Y entonces?
El fraude científico en el tema Covid está a la orden del día. Es una lástima que las ideologías, los intereses económicos y políticos hayan terminado por doblegar, con la casi unanimidad de los implicados, a las ciencias médicas. Vivimos tiempos oscurísimos, inquietantes, terribles, donde sólo el escepticismo podrá salvarnos de convertirnos en manada. ¡Amigos míos, duden absolutamente de todo! La ciencia de hoy en día no es, ni siquiera, ciencia.
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