
Mucha de la filmografía norteamericana de la post guerra ha envejecido mal. “In A Lonely Place” (1950), aunque nos resistamos, es un ejemplo palpable, lo cual nos lleva a cuestionarnos, desde el sentido común, qué lugar ocupa la libertad de creación en las sociedades libres. ¿Acaso el arte emancipado es naif? Me hago la pregunta tras la inevitable comparación entre el cine hollywoodense de la post guerra y el soviético, por ejemplo. La ingenuidad de las obras producidas en California, para ese entonces, contrasta enormemente con el realismo voluntarista de los rusos. De allí la diferencia inmensa entre una Scarlet Street o una The Stranger o esta propia In A Lonely Place, con la soberbia Balada de un Soldado, pienso.
En todo caso, para inicios de los cincuenta, Nicholas Ray comenzaba su carrera como artesano para la Columbia Pictures. “In A Lovely Place” fue su primera gran obra, a pesar del fracaso comercial en que se constituyó. Allí va directo al hueso, como avezado carnicero. No pierde tiempo en imágenes superfluas ni en oraciones baldías. Su estilo, heredado de los maestros del cine noir, es notable desde la primera imagen. Hay que dar crédito, claro está, a Andrew Solt y Edmund North, quienes adaptaron brillantemente una historia original de Dorothy B. Hughes. Humphrey Bogart, la estrella de la Columbia para aquel entonces, dibuja con soberbia a un Dix Steel violento e inseguro sobre el cual gira la historia y su leitmotiv principal: el miedo y la sospecha. Ray, realizador irregular que, sin embargo, siempre fue un excelente director de actores (pregúntenle a James Dean cuando se lo tropiecen en el paraíso o el infierno) se da banquete con el gran Bogart al frente de la cartelera.
Sin embargo, la pieza de Ray, a pesar de sus áridos diálogos y su realismo narrativo, termina convirtiéndose en un drama pasional que a la luz de estos tiempos peca de una inocencia extrema, como ya les esbozaba anteriormente. La arremetida de los outsiders de Lee Strasberg se encontraba a la vuelta de la esquina para sacudir el universo conocido, y el propio Ray colaboraría en la muerte del sistema de estudios que terminaría dando paso, a la larga, a una nueva forma de hacer cine. “In A Lonely Place”… a duras penas sobrevive.
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