El partidismo norteamericano se ha desembarazado del espíritu excepcionalista que siempre lo caracterizó. El obamismo, primero, y luego la conjura del facho electoral de noviembre pasado, terminaron por satanizar la tradición individualista y antiestatista que animó a la filosofía política de la nación durante los últimos tres siglos.
Y aunque las cartas ya están echadas y hay muy poco que hacer (prácticamente nada), me sorprende que el mandatario Trump después de haber sido robado, haya continuado atado al republicanismo, a la usanza de los viejos camajanes del arte de la verborrea pseudo social. Si se necesitaba de una prueba de la “derrota” del trumpismo como movimiento político, la renuncia a la formación de una nueva entidad partidista fue la prueba concluyente.
Y es que el partido republicano jamás fue de Trump, como se nos decía. El partido republicano siguió y sigue siendo, tal y como su hermano mayor (el “democratismo”) parte sustancial del maquiavelismo que rige (y regirá) los destinos de la nación.
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