
Michael Shannon es un horrible ser un humano, pero un formidable actor. Su Curtis cuasi psicótico es el alma ineludible de TAKE SHELTER (2011), la pieza de un Jeff Nichols que nos grita en el rostro que el horror se encuentra a cada paso.
Un aliado formidable del realizador de Arkansas, en este caso, es ese etéreo sentido de la normalidad, ambiguo e impreciso, tan propio de las almas psicóticas y atormentadas que confunden el triste decursar de la vida diaria con el espanto paranoico de la muerte que acecha. Nichols sigue la máxima quijotesca de que “el fin de una desgracia suele ser el inicio de otra mayor”.
Shannon es, casi todo el tiempo, la fiera hórrida dispuesta a saltar hacia el abismo. (¡Y ay de cuándo lo hace!). Curtis es ese personaje excelso, atribulado y sagaz que guía el sentido de la historia hacia una idea perturbadora e inquietante de auto preservación, que no es otra cosa que la crónica milimétrica de una probable enfermedad mental.
Nichols, que como los post-liberales parece dudar de todo, desdibuja en su Take Shelter las fronteras entre la realidad y la ilusión, convirtiendo a un profeta atolondrado y confuso en un héroe apabullado por la incredulidad del resto. ¿Acaso hay cosa más certera en los tiempos que corren? Muchas veces, mis amigos, la existencia no es más que la exposición de una locura en la que nadie cree.
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